La derecha mediática ha dado un primer paso para atemorizar la palabra de expresión colectiva, hoy masificada pero crítica, en unión espontánea y activa de las voces de cientos de miles de comunicadores, militantes y opinantes digitales

 

 

 

Escribe
AMÍLCAR MORETTI

Martes 27 de noviembre del 2012. Medianoche.
Argentina . La Plata (a 60 kms. de Buenos Aires)

                  La denuncia penal contra tres periodistas hecha por los abogados de una corporación multimedial argentina, las más poderosa de Argentina y editora del diario de mayor circulación, más allá de detalles en cuanto a la razón de sus motivaciones y acusaciones, apunta a profundizar el temor a formular críticas al poder real y a neutralizar la opinión y prensa independiente. «¿Independiente de qué, de cuáles intereses?» es la pregunta vulgar que surge de inmediato en la respuesta de aquellos con posición tomada contra el kirchnerismo. El ciclo del matrimonio Kirchner destaca por medidas de reparación social,  recuperación del trabajo, nacionalizaciones y control y regulaciones estatales sobre algunas cuestiones básicas que hacen al interés fundamental de la población: por ejemplo, un régimen jubilatorio -que en plena crisis tras su privatización y entrega a bancos privados- fue devuelto al Estado para garantizar la supervivencia en la vejez.

             Dadas esas condiciones, inimaginables diez atrás, cobra un sentido especial -a veces malicioso- preguntar: «¿Independiente de qué intereses o poderes?» En principio hay que reconocer algo central: el poder, el Poder con mayúscula no reside en el gobierno. Pudo haber sucedido en otras épocas, tanto en dictaduras militares o en la década del cavallo-menemismo (los años 90), cuando los intereses de grandes corporaciones, empresas y propietarios rurales extranjeros y argentinos tuvieron manejo y representación en áreas claves gubernamentales. Aún así, el Ejecutivo, en persona de sus titulares, no tenía «el» poder, todo el Poder. Debía negociarlo, acordarlo, ceder, conceder y aprovechar debilidades ajenas para manejar con beneficios su porción.

              La denuncia de los representantes legales del diario Clarín, el más extendido de la Argentina, es contra tres periodistas -uno de ellos director de diario «Tiempo Argentino», defensor del gobierno- pero buscar repercutir en la sociedad y cultura toda, y en especial en aquellos sectores y franjas que se manejan con medios de prensa o televisoras pequeños, más la red creciente de blogueros y titulares de sitios digitales de internet, muchos de los cuales no llegan a audiencias masivas pero inciden, sin duda, en la opinión de no pocos y hacen eco en periodistas de grandes órganos de prensa, que los leen y los toman en cuenta.

           Un tercer sector, dependiente en mayor o menor medida, o a la inversa, con diversos y a veces limitados grados de autonomía, es el constituido por los columnistas de algunos medios, que deberán cuidar aún más sus palabras no ya para conservar su trabajo al respetar el marco ordenado por su patronal sino para no sufrir tampoco una engorrosa causa judicial. Para los profesionales de medios medianos, grupos organizados en torno a diferentes acciones sociales y políticas o protagonistas únicos de sus medios de expresión, información, comunicación, análisis y juicio, las cosas son mucho mas difíciles si alguien poderoso los lleva a la justicia por una palabra.  Sostener una causa en la justicia frente a un bufete o grupo de abogados duchos y bien pagos no es fácil. No solo acarrea sentidos contratiempos y dolores de cabeza sino que, en ocasiones implica y pone en juego las propiedades esenciales de cualquier ciudadano común. Si no hay un partido, institución con poder o corporación en el medio (por ejemplo, iglesia o militares), al que opina con autonomía -coincidente solo en ideas generales con esas organizaciones de poder- se le convierte en drama la denuncia de un poderoso. En la Argentina no muy lejana pueden citarse varios casos de periodistas de bien, con decencia intelectual, a los que se les hizo la vida muy difícil si no con final trágico.

             El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no tiene ni es «el Poder», pero lidia y confronta con habilidad y fuerzas propias y adjuntas con ese Poder. En este caso el multimedio representado por el diario Clarín, en apropiación también de la fábrica de papel (Papel Prensa) más grande Argentina y de la cual depende la distribución del insumo para  los otros medios impresos. La gran guerra entre el gobierno y Clarín se hizo abierta cuando el primero activó las razones de los anteriores propietarios, que fueron despojados de su propiedad durante la dictadura, mediante prisión, torturas y amenazas de muerte. Antes, gobierno y Clarín sostuvieron un vínculo frágil e impreciso donde era notorio que el gran diario quería manejar la situación por sobre el gobierno. Dicho de modo más grosero: ciertas medidas centrales sólo se podían tomar si Clarín estaba de acuerdo o las proponía. El gobierno de Néstor y luego Cristina Kirchner mantuvo algunas aceptaciones primeras y parciales hasta que se convenció, sobre todo en la «etapa Cristina», que la lucha y confrontación en ese territorio es definitiva y apunta a la esencia del contrincante. Cualquiera de los dos que mantenga su posición hace que el adversario no pueda sobrevivir, al menos en posición de incidencia en la realidad. 

           

            Del lado de Clarín está la siempre recurrida «libertad de prensa y expresión», que a esta altura es ingenuo creer que exista o haya existido en grado notorio, notable y pleno alguna vez, menos aún si la materia prima -el papel- depende de uno solo, como hasta ahora. Del lado del gobierno hay razones políticas y jurídicas, desde el voto de bastante más que la mitad del electorado hasta el delito horrendo cometido -como le sucedió a decenas de miles de argentinos, con menos suerte- durante la política de secuestro y desapariciones sistemática de la última dictadura militar.

                 

               Además, la gestión del ciclo kirchnerista aprobó una ley de medios de comunicación que tiende a repartir el espectro de medios de información y comunicación y regular y controlar la concentración. Esto es fundamental para la libertad de expresión aludida, muchísimo más que el hecho de que una sola voz -por grande y poderoso que sea su sustento- tenga dificultades moderadas en decir todo lo que piensa contra el gobierno. El gobierno ha tolerado en los últimos años todas las críticas, desinformación, deformación y tendenciosidad del mayor diario argentino: esto evidencia un altísimo grado de libertad, difícil de igualar en otros períodos de la vida política argentina.

                   Que ese gobierno haya contribuido con las pautas de publicidad oficial al funcionamiento y circulación de otros medios de prensa, nunca poderosos y casi siempre «alternativos» o de difusión discreta, es una táctica más en una confrontación. No es convincente, ni siquiera creíble, que los medios de mayor llegada deban recibir los mayores aportes en publicidad oficial. Es más lógico y sobre todo ético pensar, con sensatez, lo contrario: es necesario que se de más ayuda a los medios más pequeños, de menores recursos y de limitada llegada al público, a efectos de asegurar una opinión y visión de la realidad más repartida, más democrática, si se prefiere.

             Todo eso sin tener en cuenta que el gobierno, con justas razones, retiró de las manos monopólicas del diario el negocio de la publicidad televisiva en el espectáculo del  fútbol, el gran deporte nacional con clubes quebrados y sostenidos por el Estado. El fútbol es parte esencial de la cultura colectiva esencial argentina, que como tal debe ser regulada con participación democrática y no conducida por un grupo privado. El fútbol, y su sentido en más de un orden complejo, es parte integral de la conciencia colectiva nacional. Y esa conciencia es un bien estratégico. En el cual, por supuesto, deben intervenir y participar todos, fuertes, medianos y chicos, todos pero nunca uno solo, menos aún estimulado por el afán de acumular capital.

              Lo dicho se ha repetido una y otra vez; ahora sólo  lo pongo en boca propia. Lo cierto es que  llevar al terreno jurídico  lo dicho por tres periodistas implica un intento de atemorización colectivo. Un temor que busca, y puede derivar, a largo o mediano plazo, en la «no expresión» por miedo. Una forma de censura no sutil -porque es grosera- pero sí más imbricada con la conciencia y decisión de cada uno, que comienza a sentirse solo y solitario y abandonado frente a un gran poder privado. El poder privado de una gran empresa desatado contra un individuo es tan o más peligroso y grave que el poder del Estado, con la diferencia que el Estado -en casos de injusticia flagrante- puede alegar, como excusa inmoral, que cuenta con la mayoría de los votos de la ciudadanía.   

  

                En este territorio que presenta aspectos novedosos en Argentina y América del Sur cada vez cobra mayor importancia la sinergia o dialéctica espontánea que las nuevas tecnologías de comunicación, con un peso creciente que no aparece de modo explícito ni explicado. Esa peso se muestra a través de hechos individuales interactuantes hasta formar un colectivo nacional y regional que parece encontrar ciertas coincidencias o apoyos mutuos ideológicos, morales y de prácticas sociales. Así, ese colectivo se  transforma en un frente que comienza a causar temores a los grandes multimedios. Se trata de un fenómeno  desarrollado en los últimos años y que ha permanecido tapado, en su incidencia, hasta ahora, y que aún está cubierto en parte. Habrá que prestarle mucha atención.  Muchas voces sueltas, en coincidencia, pueden convertirse en coro.

          Debo aclarar contra las mitologías de las Nuevas Tecnología de Información y/o Comunicación que nunca me resultó convincente la espontaneidad de las «revoluciones» democráticas al estilo de la llamada Primavera Árabe, a comienzos del 2011 con Túnez primero y Egipto después, para culminar en la tragedia de Libia, país destrozado por una invasión encubierta para apropiarse del control del petróleo y sentar base para completar un cuadro que sigue con Irán, ahora Cisjordania y Palestina.

             Quien posea una mínima información sobre el manejo de los grandes organismos de inteligencia que articulan las actuales estrategias de hegemonía mundial desde el aparato bélico-mediático y espionaje de Estados Unidos, sabe que cualquier «revolución» radicalizada contra los intereses imperiales y el nuevo ordenamiento de principios del siglo XXI es neutralizada primero con un apagón tecnológico-informático regional. Es público que, planificado el ataque, invasión y destrucción de Irán, la primera acción es la de provocar un apagón de internet y todos los medios de comunicación inteligentes y satelitales. La República de Irán quedará aislada del mundo, y el planeta entero no sabrá nada de Irán, salvo las imágenes y hechos que se autoricen difundir. Las reacciones frente a esto no están del todo claras, y en tal sentido habrá que ver con qué desarrollo tecnológico cuentan Rusia y China si es que, en un primer momento, intervienen en el conflicto.

       

                      Lo que quiero decir es que ni la web, ni los teléfonos digitales ni las computadoras hogareñas habrán de funcionar para convocar revoluciones, rebeliones, concentraciones o comportamientos colectivos que al poder centralizado en Estados Unidos le parezcan inconvenientes. No obstante, sin esas situaciones extremas -o similares que puedan provocarse- las nuevas tecnologías ya han provocado en nuestro país una gran resquebrajadura al menos en el ámbito de expresión y exteriorización de interpretaciones, visiones, miradas, juicios, valores y opiniones que no coinciden con la hegemónica de los grandes medios, que mantienen el control. Paradójicamente, en el caso argentino esa actividad militante crítica individual y privada se cumple en apoyo o en coincidencia con el gobierno frente a otros factores de poder político, económico y mediático de los que buena parte de la población desconfía o se mantiene distanciada.

                   También es cierto que las nuevas tecnologías como la muy antigua del voz en voz han sido incorporadas por la derecha y el conservadurismo político y social, con el resultados  de varias concentraciones de decenas de miles de personas en la ciudad de Buenos Aires. No está claro si estas multitudes beneficiadas por la estabilidad y crecimiento económico han de poder conjugarse en una unidad política que les proporcione real poder operativo y político. Lo que sí parece sin vuelta atrás y en crecimiento y profundización es que la enorme masa de adherentes al gobierno que se mantiene «unida» o vinculada a través de las nuevas tecnologías de comunicación, cada vez más encuentran en el gobierno y en la figura de Cristina Fernández de Kirchner la fusión y metabolización que sintetiza gran parte de la totalidad de aspiraciones y deseos.

Autor: Amilcar Moretti

AMILCAR MORETTI: Escritor, periodista y fotógrafo Sitio web central: ERÓTICA DE LA CULTURA www.moretticulturaeros.com.ar Desde el 2010. Buenos Aires. Mi mail: amilcarmoretti@hotmail.com Escritor de periodismo y fotógrafo de desnudo femenino en situación cotidiana.Crítico de cultura, cine, arte y sociología de lo cotidiano durante cuatro décadas en el diario EL DIA (www.eldia.com) de la Argentina. Creador en el 2010, autor y titular del sitio ERÓTICA DE LA CULTURA magacine de cultura, erótica y política. Blog complementario: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com AMILCAR MORETTI Writer, journalist and photographer Central website: EROTICA OF CULTURE www.moretticulturaeros.com.ar Since 2010. Buenos Aires. Mail: amilcarmoretti@hotmail.com Journalism writer. Female nude photographer in an everyday situation. Critic of culture, cinema, art and sociology of the everyday for four decades in the newspaper EL DIA (www.eldia.com) of Argentina. Creator in 2010, author and owner of the site ERÓTICA DE LA CULTURA magazine of culture, erotic and politics. Complementary blog: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com

3 pensamientos

  1. Comparto tus reflexiones sobre el poder. Creo que es así y en este comentario se explica muy bien. Los que «personalizan» el poder deberían ponerse a pensar para ver si se les aclaran un poco las ideas, pues no estamos ante el descubrimiento de la pólvora.
    Ahora bien, respecto de la «independencia» del periodismo, tengo algunas ideas que pueden empelotar un poco las conversaciones sobre el tema. Repudio la posición política y lo que dicen unos cuantos periodistas que trabajan en la cadena de medios opositores (son muchos más que los que apoyan al gobierno y además, considero que deberíamos llamarlos así, opositores y no «hegemónicos» que es una palabreja bastante sofisticada, ya un poco snob y casi tilinga y, lo más importante, hay millones que no saben qué quiere decir y conviene hablar clarito para que se entienda y se sepa quién es quién). Bien, pienso que los periodistas opositores -que éso son- SON independientes. Kirchbaum, Van der Kooy y Blank están en Clarín y escriben lo que escriben porque quieren. Morales Solá, Sarlo, Grondona, lo hacen en La Nación por lo mismo. Fonteveccia, Lanata, Majul, Leuco, Tenembaum y el reverendo Nelson Castro en otros medios opositores, igual. Nadie los obliga con un pistola en la nuca. Están en esos medios y escriben lo que escriben porque quieren o porque ganan bien o por lo que sea, pero no por la fuerza. Y algo igual podría decirse de Verbitsky, Bruschtein, Russo, Moretti, yo, etc., en apoyo del gobierno.
    Quizá sí son dependientes de sus ideas políticas o porque son periodistas mercenarios y dicen lo que les piden por plata o vaya a saber que otros bienes.
    Pero hoy, en la Argentina, todos los periodistas son independientes. Pienso, me parece.

    Me gusta

    1. Sí, coincido con Ud, compañero.

      Muy pero muy interesante su idea.

      Hoy en la Argentina todos los periodistas son independientes. Nadie te obliga con una pistola a decir lo que no querés.

      Hago una sola excepción: la de aquellos periodistas que deben trabajar por un sueldo que alcanza solo hasta fin de mes. Ese periodista no tiene muchas posibilidades de elegir. O son posibilidades de libertad con precio muy alto. Igual, acepto, en democracia son libres de aceptar o no, pero no todos son héroes. Menos, mártires.

      Para equilibrar esta última observación: en general, los periodistas que ganan un sueldo común no tienen firma ni columna propia.

      Su observación y conclusión es para considerar con detenimiento. Habría que «legislar» en cuanto a ética y conceptos con relación a los que tienen sueldos de supervivencia y poco más.

      Y otra más. Hay una famosa respuesta o comentario de Orson Welles, cuando optó por irse de Hollywood y afincarse en España (¿sabés que lanzaron sus cenizas en el aljibe del patio andaluz de la casa de un famoso torero? No quiso Orson ni que de sus cenizas quedara algo en USA.).
      Bueno, un día con relación a la persecuta marcartista, creo, y otras linduras vinculadas con las convicciones, la ética y el dinero de cada uno, le preguntaron a Welles qué pensaba del asunto y del coraje político de cada estrella. Dijo algo así: «(El coraje o la ética política de cada estrella platuda de Hollywood) puede medirse según el tamaño de la piscina de su residencia». ¿Está bien, no?

      Un poco es lo que decimos: una cosa es que digas, «¡Viva Hitler!» porque te dan picana eléctrica, y otra es que grites «¡Viva Videla!» por convicción. Y como digo yo: una cosa es que tengas que bancarte algunas mierdas pegajosas para salvar el pellejo o mantener a los pibes, y otra cosa es que aceptes propagandizar estiércol o cloaca bien repugnantes para pagar la cuota del último auto nuevo.

      Amílcar

      Me gusta

Deja un comentario