UN AÑO YA DEL SUICIDIO DE GABRIEL BÁÑEZ, LEJOS DE BAIRES

Gabriel Báñez, se cumple un año de su suicidio.

Escribe
AMILCAR MORETTI    


Hace un año del suicidio de Gabriel Báñez, novelista de La Plata, crítico, periodista, intelectual (categoría que rechazaba) y compañero de trabajo distante pero siempre presente. Su muerte, conocida al abrir el diario mañanero, me descolocó. Más porque no tenía claro cómo había sido, qué había pasado. Cuando me informaron del suicidio, me afectó mucho. Me parece que pocos salen indemnes alrededor de un suicida. Ya dije que nuestra relación era espaciada, a pesar de trabajar ambos en el mismo diario durante muchos años, él en la página literaria, de la cual fue jefe durante largo tiempo, y yo en cine, por lo general. Mi ingreso fue una década antes, según recuerdo, y dejé de escribir en receso obligado desde 1975, tiempos enfermos. Después, cuando retorné a la escritura, a principios de los 80, Báñez ya colaboraba en publicaciones.

 

     Nuestro trato era circunstancial pero siempre para mí perturbador, hecho de desentendimientos, pequeños choques punzantes. Era como una trampa de desaires mutuos, según pienso aún hoy. Un día él, otro día yo. En mi caso no era intencional, pero algo había en mis publicaciones o actitud que, supongo, le causaba malestar. En todo caso, era de mi parte algo así como un no deliberado “el otro yo del doctor Merengue”, de Rico Tipo, referencia que a él, presumo, le hubiese provocado una sonrisa con frase punzante agregada. Tal vez lo hubiese ablandado conmigo y al mismo tiempo me mandase a la concha de mi hermana (que no tengo).

 

Norman Briski en «Los niños desaparecen», sobre novela de Báñez.

       Lo cierto es que desde hace un año, con interrupciones, escribo y guardo sobre esta cuestión. Este texto de ahora es apenas un recuerdo de detalles de esa cantidad de páginas no releídas por miedo. Creo que a los muertos hay que dejarlos en paz, pero al mismo tiempo siento y aliento que se escriba sobre ellos, y ahí es donde se me chocan los baúles. Escribir sobre los muertos es un poco aclararse uno. No me animo a releer lo escrito sobre Báñez, sobre Báñez y yo, pero no me olvido. Hoy, por esas coincidencias poco casuales, al transportar una parte de la hemeroteca del living hasta el archivo, salió en vuelo un nota de “Página12” donde Silvina Friera escribe sobre la muerte buscada y se pregunta “¿Qué pasó, Pelado?”

        No tengo la más pálida idea sobre qué le molestaba de mí, aunque coincido con lo que hace años me repetían en psicoanálisis ante encuentros mal empezados: “Con esa simpatía que te caracteriza…”. Es posible, debe haber habido bastante de esa “simpatía” mía que a él lo irritaba, pero yo con el tiempo me propuse tomar recaudos con él. Aunque, cualquier cosa que yo escribiera parece que metía la pata. Calculo que a principios de los años 90, cuando escribía en el suplemento regional de “Página12”, me aludió con sorna, sin que yo lo esperase, en una nota sobre la ciudad. Eran las postrimerías del criollo “destape”, y yo coordinaba unos fascículos semanales de educación sexual. Creo que fue la primera colección en diarios argentinos post-dictadura militar sobre el tema (sin contar una lejana en los años 60 de Eva Giberti). Báñez me tomó el pelo, con  sorna. Báñez usaba más el sarcasmo que la ironía. Nunca entendí su referencia a mí y nunca le pregunté sobre el asunto, aunque al cabo de unos meses, hice una alusión a ello en una nota. Le preguntaba porqué tanto malestar. Según sé, sólo se dio cuenta Lalo Painceira, encargado de sección, que se rió, y es probable, el mismo Báñez, aunque no puedo probarlo.

     Años después, cuando Gabriel llevaba publicadas varias novelas, le hice dos reportajes porque era, en realidad, el escritor de la ciudad más prolífero con obra publicada por grandes editoriales nacionales, punto este último que se encargó de subrayarme. Fui respetuoso y no hice alusión a nada que no tuviese que ver con el tema de las entrevistas. Pero dos cosas me sorprendieron: tras la publicación de una ellas, hablamos por teléfono y después de agradecerme me dijo entre sorprendido e incrédulo: “¡Me trataste bien!”, como si hubiese esperado (o tal vez se creyese merecedor) de que lo “tratase mal”. El otro detalle de intriga fue que, al preguntarle sobre su padre y su actividad como simples datos biográficos, se negó de forma terminante e insistente. Por fin, me pidió que no habláramos del padre. Yo sólo quería saber si era panadero, abogado, plomero o farmacéutico. Fue una situación extraña, que nunca mencioné, salvo hace unos días a una ex compañera suya.

             Uno de los últimos “desaires y desencuentros” mutuos fue por teléfono. Me llamó no recuerdo para qué y, para elogiarlo,  lo felicité porque había visto un nuevo libro suyo en una librería, texto referido al círculo de la cultura oficial municipal, donde él trabajaba. Me respondió seco y ofuscado, con reto: “¡No me digas que lo viste (al libro), decíme que lo compraste!”  Me dije para mí: “¡Puta madre, no la pego una con Gabriel!”. Le expliqué que no era una cuestión personal sino que desde 1976 no leo ficción sino sólo ensayística, con la ilusión vana –le aclaré- de encontrar “la verdad” en ese género. Pareció tranquilizarse. Por esa misma época fue el preestreno local de la película “Los niños desaparecen”, sobre una novela suya. Pensaba que no era un filme logrado, juicio que después de su suicidio parecieron confirmar las críticas en el estreno comercial. Escribir sobre la película de un realizador o escritor conocido o amigo siempre es un engorro: a mí nunca me salió bien; casi siempre he terminado por quedar mal. Por eso, como otros, trato de evitar dicha situación, y nunca -reitero- se queda bien.

«Cultura», libro mordaz sobre círculos oficiales de la cultura municipal.

           Un amigo mutuo, Ernesto, periodista también, que en una época frecuentó mucho a Báñez, cuando lo inquirí sobre nuestra discordancia, me contestó: “Envidia”. Nunca lo entendí ni creí; el tenía una docena de libros publicados. Una de las últimas veces que nos encontramos me dijo que leía siempre con atención lo que yo escribía en el diario, le respondí que yo también lo hacía con sus textos periodísticos, lo cual es rigurosamente cierto, pero dejaba en pedaleo lo que a él más le importaría: sus novelas. En esas publicaciones periodísticas lo vi evolucionar del insistente antifreudismo a una última reivindicación subrayada de Lacan. Siempre fue anticomunista o antiizquierdista, se reía o fustigaba a la izquierda. Le pegaba con insistencia a Castro por los casos de Reynaldo Arenas o Cabrera Infante u otros, o la no aceptación primera en Cuba de los gays. Llegó a decirme que “la política era el arcón de los esfuerzos inútiles”.

     Mucho se rió con sorna de la presunta liberalidad sexual inaugurada en los años 60. Comenzó a zaherir el “sesentismo”, que yo mencionaba con frecuencia. Corrían los años de Cavallo y Menem. Con las bolas llenas, para que la cortara, un día publiqué sin destinatario pero a sabiendas de que lo iba a leer: “Hay algo peor que haber sido sesentista; ser noventista”. Cesó sus pullas por ese lado. Después reivindicó el espíritu “malvinero” y fustigó en notas insistentes el resultado de un concurso en el que había participado y que de forma controversial ganó Ricardo Piglia. Se advertía un notorio resentimiento, tuve deseos de llamarlo para advertirle, pero me detuvo el deseo de evitar otra confusión. Siguió en sus artículos con la subestimación de Freud, sin necesidad ni oportunidad, como para dejar sentado su rechazo. Llegó a reivindicar la superioridad de la medicación neuroquímica. Un día descubrí, al abrir el diario, que estaba entusiasmado con Lacan.

      Le gustaba la rudeza física y sus manos eran ásperas, por el trabajo con la pala en su huerta. Había practicado boxeo en su juventud y, en ese sentido, creo que sintió agrado cuando le comenté que yo también lo había hecho a diario desde niño hasta  los 20 años. Bromeamos alguna vez sobre la posibilidad de volver a tirar guantes, pero yo abandoné enseguida la idea al darme cuenta que me llevaba unos 25 kilos macizos. Por algún tiempo pensé que su modelo de vida podría ser Hemingway, después me dí cuenta que se acercaba más al de John Berger, cuya literatura admiraba. Publicó su última novela, tras un premio importante. Me repitió que no le interesaba Buenos Aires. No le creí, nunca. Creo que lo jodía y mucho el asunto porteño. Los de Buenos Aires –aunque tenía amigos de renombre- lo ningunearon, como sucedió siempre no sólo con él. Frente a los escritores o intelectuales del interior, es esa una puta actitud, una porquería de comportamiento, una cagada. Después se suicidó. No sé por qué. Seguro que por cosas importantes y dolorosas. Sé que me afectó y me congela en pensamientos. Hace un año.


AMILCAR MORETTI, 8 de julio 2010.

Bañez, con gesto habitual en su figura. De http://www.criticadigital.com

                                  BATAILLE Y BAÑEZ   

          El que sigue es un breve texto de Gabriel Bañez para “El libro del voyeur”, de Pablo Gallo (España, 1970), escrito a pedido del autor, autor del dibujo que ilustra .

       
“Cómo no entenderte si por esa página pasó primero una sensación de extrañeza y luego la Historia del Ojo, párrafo a párrafo. No la de Simone, sino la tuya, la del goce propio que continuará más abajo, entre las piernas. Esa es la promesa, y si te pertenece es más por propia intensidad, por impulso, que por la escena que venís a descubrir en ese capítulo que tanto te excita. Lo releés, Battaille no puede mirarte, es un nombre desconocido detrás de los párpados que se abren y se cierran mientras un temblor crispó aquel cuerpo inmovilizado y la verga se empinó. Entonces te tocás, primero suave, luego con cierto ritmo y un poco después hundís la yema del mayor en las dos muchachas que se masturbaban con gesto corto y brusco, cara a cara en aquella noche de tormenta. Esa descripción continúa ahogada mientras vos sentís la humedad en los dedos y un primer quejido te hace alzar la mano del otro libro. Te masturba leer, te desenfrena tu vulva tibia y esos latidos que suben hasta anegar las letras. Ya no dice más el libro, ya no es leer. Gemís y es el orgasmo limpio y muelle que te paraliza en un solo instante. ¿Qué más dice el libro? Observás tus pezones y los encontrás morados. No dice más, es el fin de la Historia del Ojo. Un lector puede haberte espiado por la cerradura del anonimato. No importa. A otros el universo les parece honesto. Les parece honesto a la gente honesta, porque tienen los ojos castrados. Esta es la razón por la que temen a la obscenidad.”
http://elblogdepablogallo.blogspot.com/2009/07/muere-el-escritor-gabriel-banez.html

Autor: Amilcar Moretti

AMILCAR MORETTI: Escritor, periodista y fotógrafo Sitio web central: ERÓTICA DE LA CULTURA www.moretticulturaeros.com.ar Desde el 2010. Buenos Aires. Mi mail: amilcarmoretti@hotmail.com Escritor de periodismo y fotógrafo de desnudo femenino en situación cotidiana.Crítico de cultura, cine, arte y sociología de lo cotidiano durante cuatro décadas en el diario EL DIA (www.eldia.com) de la Argentina. Creador en el 2010, autor y titular del sitio ERÓTICA DE LA CULTURA magacine de cultura, erótica y política. Blog complementario: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com AMILCAR MORETTI Writer, journalist and photographer Central website: EROTICA OF CULTURE www.moretticulturaeros.com.ar Since 2010. Buenos Aires. Mail: amilcarmoretti@hotmail.com Journalism writer. Female nude photographer in an everyday situation. Critic of culture, cinema, art and sociology of the everyday for four decades in the newspaper EL DIA (www.eldia.com) of Argentina. Creator in 2010, author and owner of the site ERÓTICA DE LA CULTURA magazine of culture, erotic and politics. Complementary blog: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com

6 pensamientos

  1. Con la ilusión vana de encontrar la verdad…

    Como asistir a una conversación guardada en notebook ajena. Por supuesto, no dudo de la veracidad de su percepción, sólo que conocí a otro Báñez.

    Lejos de Baires. Dos años después.

    Saludos.

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    1. Julieta, fue emotivo recibir tu comentario y recuerdo sobre Gabriel. En cuanto a la «veracidad de mi percepción», como vos decís, bueno, yo sólo escribí lo que pude recordar en ese momento, al año de su muerte. Debemos (debo, él ya no está) reconocer que, cuerpo a cuerpo, nunca «simpatizamos». Había algo, no sé. Tal vez cuestión de machos, de tipos, a ambos nos gustaba o había gustado el boxeo. Ambos lo habíamos aprendido y algo practicado, amateurs, claro. Yo soy o era mayor de edad que él. Los dos trabajamos en el mismo diario por décadas, yo mucho más años por una cuestión de edad.

      Julieta, ¿sabés qué?, a mí me parece que la vida tiene bastante de desencuentro, de desentendimiento, y no sólo entre machos. Me ha pasado con seres queridos, muy queridos, cercanos desde la infancia. Como una sucesión alternada de desaires. Desentendimiento. «Incomunicación» le decían hace 50 años. Es eso de no coincidir o sincronizar en el encuentro, en el momento, en la oportunidad. Lo que yo decía, aunque fuera verdad o mi justa razón, no caía a sus oídos en el momento u oportunidad apropiada. Igual de él para mí.

      Desaires, a veces inconscientes, siempre inoportunos. Yo conocí por fuera y en ocasiones a Gabriel. No sé de su historia anterior. Cuando yo volví al diario en que trabajábamos y trabajamos dos o tres décadas, él era un «pibe» para mí. Tipo de gran capacidad de lectura y más de escritura. Se lo envidiaba. Pero no lo leía. Creo que él, es razonable, se sentía molesto por mi «indiferencia». Una vez, en los últimos meses puede explicarle algo: yo hace unas tres décadas que no leo ficción, novelas. Tengo miles que han quedado sin renovar. Me he dedicado más al ensayo, con la ilusión de encontrar allí la «verdad». Aunque se lo expliqué no tiene que haberlo satisfecho, claro. Me hubiera pasado lo mismo a mí. Bien, después de algunas «afrentas», hace como diez o quince años lo entrevisté como escritor dos veces, según recuerdo. Me acuerdo aún con sorpresa que él me recibió -me lo dijo después- creyendo que iba a «criticarlo» o algo así, cosa que por supuesto no hice ni tenía intención de hacer.

      En los últimos tiempos, antes de suicidarse, crero que él ensayó un acercamiento o dos, y yo creo que opté, otra vez, por el desaire, aunque con las disculpas del caso, razonables. Empero, no coincidíamos, era como que siempre, cíclicamente, apeláramos al desaire de la «revancha». Boludeces, trivialidades, pijoterías. Conchudeces, les digo yo. Me ha pasado y me pasa ahora mucho, también, con mujeres. Pero con Gabriel, o Gabriel y yo, creo que lo mejor hubiese sido la pelea de box callejera. Pero yo, de tanto darle a la bolsa cuando era pibe, me duelen las muñecas y nudillos, y no se lo propuse. Creo que le hubiese gustado. Además, aclaro, él debería tener 30 kilos más que yo. Cuando era pibe, entre los 15 y los 20 años en mi pueblo me he peleado infinidad de veces, peleas callejeras de boxeo, sin patadas, y cuando me dí cuenta que no podía con un tipo de 30 kilos más que yo, abandoné. Además, en ese momento los intelectuales no peléabamos a trompadas. Estábamos para la revolución. Gabriel, a mi entender, era de derecha.
      En fin, lo que quiero decir es que no lo olvido.
      Gracias por tu recordatorio, JUlieta.
      Voy a leer tu blog.
      Escribíme a amilcarmoretti@hotmail.com , o aquí, según gustes. Pronto te escribo.

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      1. Tarde de lluvia en La Plata. Años después. No me pregunte por dónde anduve porque no tengo idea. Sé que volví a escribir Bañez en el buscador de google, como tantas otras veces. Ya casi no hay nuevos comentarios… Será así, solo la ilusión de creer que nuestras ideas tienen algun valor y por eso las contamos, las escribimos.

        Muchísimas gracias por su respuesta.

        Extraño a Bañez y mi pobre escritura lo extraña el doble.

        Saludos, con los pies mojados.

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      2. Es que tal vez estemos destinados al olvido. Sobrevivirá, con suerte, alguna palabra, alguna frase bien construida, como máximo. Todo verdor perecerá, repito al poeta, siempre. Pero nos quedará al menos el recuerdo de ese esplendor en la hierba. Y después, nada. Acaso el gran dolor es que no hay nada detrás. La sospecha infatigable de que no hay nada, salvo esa (tu) gugleada, esa (tu) tarde de lluvia, tu escritura y lo que puedas ser feliz. No te llevarás otra cosa, lamento decirte, y quizás en el medio de la nada no sea tan poco.Mi eco, mi sombra y yo, dice McCartney.

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  2. Felicidades, si es un buen blog.
    El chico era dificil, pero me ayudo en lo que pudo. Conoci fragmentos de us historia infantil y parte de la historia del padre. Por puro accidente.
    Cordiales saludos
    Ricardo Clark

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    1. Ricardo Clark, gracias por el elogio al blog. Sobre lo otro, bueno yo no nunca lo percibí, digamos, pleno, aunque a veces parece que lo intentaba mucho. No éramos íntimos y, sin embargo, me impactó su decisión.
      Contame un poco de vos, si lo deseás.
      Amilcar Moretti

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