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ERÓTICA DE LA CULTURA
Desde el 2010.

Agustín Laje: “La cultura se ha vuelto muy aburrida y está totalmente dominada por la izquierda”
El autor de ‘La batalla cultural’ habló extensamente con Infobae durante su visita a la recièn terminada Feria Internacional del Libro de Bogotá.
Por
Erika Mesa Díaz
11 de Mayo de 2022
El escritor y politólogo argentino Agustín Laje (Córdoba, Argentina, 1989) llenó el principal auditorio de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, con cientos de personas que hicieron fila durante hora para escuchar su charla; su libro La batalla cultural: reflexiones críticas para una nueva derecha se ubicó entre los títulos más vendidos del pasado encuentro literario colombiano y estuvo dictando charlas sin pausa ante escenarios repletos en Medellín, Cali, Barranquilla, Pereira y Bucaramanga.
La página legal del texto, sin ninguna lisonja, dice:
“Todos los comentarios, ideas, descripciones y expresiones que aparecen en esta obra corresponden al autor y no son responsabilidad de la editorial ni representan necesariamente su punto de vista”.
Un lector avezado no necesitaría que le recuerden su responsabilidad de comprender lo que tiene entre las manos, analizarlo y tomar de él lo que le parezca constructivo o retador. Harper Collins tuvo que subrayar lo obvio para no meterse en problemas, aunque intuyen que los tendrán de todos modos.
A Agustín Laje le tomó unos siete años escribir el medio millar de páginas —incluidos sus extensos pies de página con citación latina— del libro que presentó en la FILBo 2022 y se vendió como pan caliente. Su forma de dar la batalla cultural desde la derecha es seguir estudiando, publicar libros como este e invitar a sus seguidores a que lo hagan también, así como retar a sus detractores a que lean el fruto de su esfuerzo y lo desmientan.
— ¿Por qué politizar la cultura hacia la derecha?
— Porque ya está politizada hacia la izquierda y ya se vuelve muy aburrida. Es aburrido cuando entrás a la Feria del Libro y todos los títulos son de izquierdas, cuando todo el lanzamiento de la derecha en el mundo de la literatura que ha habido este año creo que ha sido este libro y hay gente que lo esconde.
¿Por qué la derecha tiene que dar una batalla cultural? Porque la cultura se ha vuelto muy aburrida y está totalmente dominada por la izquierda. Es muy aburrido cuando en la cultura no hay debate y hoy no lo hay: lo han censurado con ese latiguillo, ese eslogan que ahora utilizan, que es el discurso de odio, que no es ni más ni menos que una vieja palabra que uno decía antes como herejía.
Entonces, cuando todo lo que la derecha dice es discurso de odio y cuando todo lo que la izquierda dice es discurso de amor, la cultura se vuelve muy aburrida.
Además, la derecha debería dar una batalla cultural porque la cultura es estructurante de la vida social y política. La cultura hoy está politizada porque se ha entendido que la cultura es un factor de poder. Nunca hemos vivido en un mundo tan abarrotado de cultura como hoy, ¡nunca!
Imaginate vos el gran camino que ha habido desde la imprenta en el siglo XVI, la máquina de Gutenberg, el cine a fines del siglo XIX, a radio a principios del siglo XX, la televisión a mediados del siglo XX, internet a fines del siglo XX y, en nuestro siglo, las redes sociales, la web 2.0 y próximamente el metaverso.
Entonces, hoy vivimos totalmente rodeados de un esquema de hipercomunicación, de infocracia, diría Byung-Chul Han, y de hipercultura, diría yo. ¡Vivimos en un mundo hipercultural! ¿Y qué pasa con la cultura? Bueno, que la cultura, en definitiva, son tus anteojos para ver la realidad.
El hombre no mira la realidad de forma directa: siempre se pone unos anteojos, que es lo que llamamos cultura. Esa forma en que vemos la realidad está mediada por nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestros valores, nuestras normas, nuestro lenguaje, nuestras historias, nuestros ritos, nuestros mitos.
La derecha siempre ha creído que eso era cuestión de hippies. Siempre ha pensado que eso de la cultura, los artistas, los músicos, los filósofos, las universidades, las facultades de humanidades, los antropólogos, los sociólogos, los politólogos, son todos hippies que hacen cosas intangibles que a nadie le interesan.
Pero esa gente es la que pone en marcha la cultura, mientras el empresario pone en marcha el capital. Ahora, la cultura se pone en marcha en otro lugar y la derecha se convierte en nueva derecha cuando entiende cabalmente eso.

— En su libro hace una discusión sobre los alcances del término cultura; dice que ha crecido tanto que ya no significa nada. ¿Ahí no entraría a jugar el concepto de continuo? Es normal que un concepto, ya sea cultura o cualquier otro, empiece a crecer. ¿Por qué eso sería malo?
Yo lo que digo es que el concepto de cultura empieza a dejar de significar algo concreto, sobre todo a partir de la noción antropológica de cultura, porque los antropólogos han entendido por cultura todo aquello que no depende de la herencia genética humana, que no depende de la biología, digamos así.
En ese sentido, cualquier cosa es cultura: esta mesa es cultura, este sillón es cultura, esa escalera mecánica es cultura. Entonces, ¿dónde no hay cultura? Ese árbol, incluso, ha estado mediado culturalmente porque hay alguien que va y que lo poda. Entonces, cuando cuando un concepto a mi juicio ya significa todo, capaz que significa nada.
No sé si tiene que ver con el término continuo, que yo no lo manejo, pero ojo: no es una crítica a la cultura lo que estoy diciendo, sino que estoy dando cuenta de cómo el concepto de cultura se ha vuelto tan crucial para nuestra sociedad hasta tal punto que hemos invadido todo de ese concepto.
Incluso hasta nuestro sexo lo hemos invadido de cultura: pasa a ser una construcción cultural y por eso lo hemos tenido que redefinir como género. Claro, a ver, yo no quiero decirte con esto que el sexo tuvo una época de pura naturaleza. ¡No, eso sería mentira! El hombre, el ser humano, es un animal y en ese sentido es biológico, pero es cultural: él mismo crea sus mismas condiciones de existencia.
Entonces, el problema actual es que estamos borrando esa parte animal del hombre en favor de una miopía o, mejor dicho, de una forma tuerta de ver las cosas, donde todo solamente es cultura. Esto es muy paradójico, porque en el mismo momento en que queremos salvar a la naturaleza, no somos capaces de ver la naturaleza en nosotros mismos.
¿Por qué para vos un concepto que pasa a significar todo todavía puede significar algo?
— Más que llegar a significar algo, inclusive podría desaparecer, confundirse con el paisaje.
Bueno, eso está pasando con cultura. Cuando uno ve el arte contemporáneo, creo que es un reflejo de eso. Es decir, que yo vaya a un museo y que termine confundiendo una obra de arte con un montón de basura…
— ¿Como la señora que la barrió y no era?
— ¡Exacto, exacto, exacto! Bueno, ¿me vas a decir que ahí no hay una pérdida? Yo creo que hay una perdida. Vos le llamás una desaparición del concepto de cultura —¡y sí, claro!—, pero yo lo veo de una forma más trágica: para mí hay algo valioso que se pierde.
¿Qué se pierde? La posibilidad de contemplar algo bello. Entro en un museo y veo una cama desordenada, que tiene condones usados arriba y botellas de alcohol vacías. Encima, el mercado me la vende a cientos de miles de euros. Una cama desordenada es lo que yo veo todos los días cuando me levanto, solo que no tiene botellas de alcohol ni condones usados.
Viene todo un ejército de esnobs que hacen todo un esfuerzo para mantener su ethos de clase tratando de encontrar belleza en esa fealdad, para emparentarse con aquellos que la pueden percibir o pueden hacer una buena crítica a través de eso. Obviamente, a mí se me dirá ‘es que no estamos buscando hacer algo bello’. Bueno, yo tengo una idea distinta del arte. Creo que el arte no necesariamente tendría que ser bello, pero sí debería mover una pasión.
En fin, no quiero divagar más, pero creo que la desaparición del concepto, que viene de su hinchazón, es una pérdida a mi juicio, y se están perdiendo muchas cosas. Fijate que el mismo concepto cultura, en su acepción ilustrada, mantenía una jerarquía que incluso la escuela de Frankfurt la defendió. Estamos hablando de neo marxistas —o sea, fíjate cómo yo rescato cosas también de ellos—.
Adorno estaba desolado porque la la baja cultura y la alta cultura estaban borrando sus fronteras de demarcación. Entonces, para él había una pérdida. No es lo mismo un tipo de música que otro, no es lo mismo un tipo de libro que otro, no es lo mismo los libros de autoayuda best-seller de hoy que leer la Metafísica de Aristóteles, ¿qué sé yo?

— Desde la perspectiva de la derecha, ¿qué es lo inculto y qué es lo kitsch?
Lo kitsch es lo banal, lo frívolo, yo te diría. Lo acomodaticio, lo acelerado, lo que cambia conforme al sistema de la moda. Lo kitsch es un exceso y lo inculto es una falta. Lo inculto es la ausencia de un cultivo, del fruto de un cultivo. ¿Y cuáles son los frutos? El conocimiento, la voluntad, las buenas formas. Distinguir los gustos y después poder elegir el gusto que más te llega a vos, pero habiendo conocido.
Por ejemplo, a mí me gusta el punk. Alguien podría decir ‘eso es propio de un inculto’. Bueno, yo he podido cotejar con otros gustos y a mí me gustó eso. Yo no absolutizaría el gusto, por ejemplo, pero el gusto culto sí que parte de una voluntad en el gusto. Hay una inteligencia en el gusto.
Cuando el gusto es simplemente porque está, aparece y cambia así, rápido, en verdad no es gusto, es consumo. Es consumo del top 10 de los últimos hits del mes, que el próximo mes serán otros y el próximo mes me olvidaré de los anteriores, y cuando me pregunten cuál es mi banda de música favorita, no sabré ni qué decir.
Es lo que pasa hoy, es increíble. Mirá, yo no tengo muchos años —tengo 33—, pero chicos que están por debajo mío en edad, vos les preguntás cuál es su grupo de música o género favorito y no saben qué responder. Entonces, eso es consumo, eso no es gusto. Bueno, divagué un poco.
— O sea, en las juventudes hay algo como liquidez…
Sí, y esa liquidez es estructural. No es un efecto colateral, es estructural, es sistémica, el nivel de obsolescencia programada, tanto ideológica como técnica.
No solamente las cosas mueren porque técnicamente están programadas para dejar de funcionar, que es lo que habitualmente ocurre. Por ejemplo, un celular te empieza a descargar actualizaciones que están atentando contra tu dispositivo. O una laptop: cuando Windows empieza a actualizar, no te está dando algo nuevo sino que te está restando lo que ya tenías. Eso es obsolescencia técnica.
Ahora, también hay obsolescencia simbólica, que es cuando yo recambio tanto el sistema de moda, acelero tanto el juego serie modelo que puedo recambiar tu placard cuatro veces por año y puedo recambiar tu gusto de Spotify una vez por mes. Entonces, el gusto ahí ya no depende ni de una voluntad ni de una inteligencia, ni de una sensibilidad estética.
Insisto: tu sensibilidad estética puede estar en el reguetón, en el punk o en la música clásica, me da igual. El problema es que sea parte de una sensibilidad estética y no que sea porque se te ha metido en la cabeza a fuerza de que lo escuchás en todos lados sin cesar durante ese mes.
Las canciones sabemos que hoy las hacen algorítmicamente. En vez de cultura, que el cultivo es un esfuerzo humano, tenemos máquinas que calculan algorítmicamente cuál combinación de notas es más adictiva para el ser humano, se le pegaría más. Hasta tal punto ha avanzado la tecnificación y la algoritmización de lo estético y del gusto que yo no creo que podamos seguir hablando de gustos. Ahí es donde la cultura desaparece.
Entonces, ahí tenemos un paquete. A ver, fijate que en Asia hay unos fenómenos muy interesantes que son hologramas de anime que salen a bailar y cantar, y está repleto el estadio de asiáticos encantados, ya no con un artista sino con una computadora que está haciendo de holograma. Por no hablar del mundo de los deportes, donde estamos mirando ahora a través de transmisiones de grandes canales, que todos conocemos, videojuegos donde no juegan personas, sino muñequitos de la computadora. Ahí hay una pérdida atroz.

— En La batalla cultural abordaste el tema del ocio. En sitios como Estados Unidos, por ejemplo, el hispanohablante no tiene mucho tiempo para leer porque está muy ocupado sobreviviendo. Entonces, ¿cómo se puede hacer una batalla fuerte desde la derecha teniendo en cuenta que ya la gente no tiene ocio para cultivarse?
Es que yo disiento con vos. No creo que no tengan tiempo: es que ellos racionalizan su pereza diciendo que no tienen tiempo. Bueno, yo he trabajado en Estados Unidos limpiando hoteles y he trabajado hasta 16 horas por día, con lo cual sé lo que significa trabajar mucho.
Aún así, yo escribí El libro negro de la nueva izquierda en esas condiciones. Yo salía de trabajar, me iba a un bar, me pedía una hamburguesa con papas fritas, me tomaba una cerveza, iba con mi computadora y con mis libros de Judith Butler —que no son muy fáciles de leer tampoco—, y leía, y después me iba a dormir y después empezaba el día de nuevo.
Es un tema de cómo administrás tus horarios. A ver, vamos a hacer una operación muy simple; el día tiene 24 horas y una jornada laboral es de ocho horas. Voy a ser muy bueno: te voy a dar ocho horas para dormir —la gente habitualmente duerme menos—. Te quedaron ocho horas libres.
Yo entiendo que en esas ocho horas vos tenés que ir al baño, bañarte, hacer la comida, llevar a los hijos al colegio, buscarlos a los hijos del colegio, ¿pero eso te consume ocho horas de verdad? ¿Cuántas horas estás mirando Netflix? ¿Cuántos capítulos te ves por día? ¿Cuántas horas estás deslizando el dedo en tu celular mirando vídeos de Instagram o de Tik Tok?
Te voy a dar un dato totalmente objetivo: los últimos estudios indican que el promedio de uso de redes sociales en América Latina es de 3 horas 43 minutos. Es adictivo, está armado para eso: para que vos no puedas dejar de mover tu dedo para arriba y para abajo.
Entonces, yo no creo que sea un tema de tiempo. Más aún, la automatización de muchas cosas que antes hacíamos de otra manera nos han liberado de tiempo: hacer trámites por Internet, mandar un mail en vez de ir a mandar una carta, o hacer una videollamada en vez de una reunión. La tecnología nos ha liberado de tiempo.
Antes, además de trabajar, los hombres tenían que ir a hacer sus trámites burocráticos a una oficina gubernamental, tenían que escribir una carta y mandarla en un correo, yendo caminando hacia un buzón; tenían que hacer sus reuniones presenciales y perder tiempo en ello, caminando o yendo en un caballo. ¿Cómo es que esos hombres leían tanto y nosotros tan poco?
Te pongo un ejemplo súper interesante, que es el debate que hubo entre un juez de apellido Douglas y Lincoln. Este debate duró ocho horas y la gente iba a verlo, ¡un debate político de ocho horas! Hoy queremos que los debates tengan turnos de un minuto para explicarnos la política internacional de los Estados Unidos de Donald Trump o de Joe Biden. Entonces, no es un problema realmente el tiempo; es cómo estamos usándolo.
Por supuesto, la derecha tiene un gran problema, que ha sido su ausencia en el mundo de la cultura. Para ingresar en él, uno necesita hacerse amigo de los libros. Uno no va cultivarse mirando Tik Tok ni mirando las tendencias de Twitter o aprendiendo a través de YouTube.
Son los libros —esto está confirmado neurocientíficamente— los que activan distintos procesos intelectuales que la pantalla no va a activar en nosotros. Mi llamado —casi que desesperado— es a que las personas organicen su tiempo para poder, aunque sea, leer una hora por día.
— ¿Cómo convencer a las personas más empobrecidas de tomarse ese tiempo, o cómo educarlas para eso?
Las personas más empobrecidas tienen poco para darles a sus hijos en términos materiales. Por lo tanto, son las que más les dan en términos simbólicos.
Si yo soy un millonario, a mi hijo le voy a poner una niñera, lo voy a mandar a un colegio bilingüe, voy a comprarme su cariño con una PlayStation último modelo, le voy a comprar su primer automóvil cuando tenga 16 años y lo voy a subir a un avión para que se vaya de vacaciones con sus amigos a Miami. Así compran a sus hijos generalmente las personas que tienen dinero.
Las personas que no tienen dinero no pueden darles nada de eso a sus hijos y terminan haciendo lo que realmente un padre o una madre de familia tienen que hacer. Lo más preciado que le puedes dar a tu hijo es lo que la sociología llama socialización, que es enseñarle a vivir en este mundo. Vos, como padre, no tu niñera, ni el cartoon que les pusiste en la televisión para sacártelos de encima, o el jueguito de la PlayStation.
Entonces, pasa algo: el padre o la madre que no tiene recursos materiales para darle a sus hijos, pero que puede darle lo más importante de todo, que son sus recursos simbólicos, necesitan educarse ellos para poder tener algo que dar. Yo no puedo dar algo que no tengo. Yo no puedo darte a vos un millón de dólares porque sencillamente no los tengo. Un padre o una madre que no tienen educación, que no han desarrollado su voluntad y su inteligencia porque no se han amigado con los libros, poco de esto podrán darle a sus hijos también.
Un libro es algo barato, no es un automóvil, ni un viaje a un hotel de cinco estrellas en Miami, ni una PlayStation. Un libro en una casa de segunda mano te puede salir a cuatro, cinco, seis, siete dólares —es que yo vengo con el peso argentino, que está muy devaluado, entonces quizás allá es más barato todavía—.
A ver, yo entiendo que hay gente que ni siquiera tiene para comprar un libro, evidentemente. Pero quizás esa gente que sí tiene para comprarse un televisor y que eligió comprarlo y suscribirse a Netflix y a Spotify, pudo haber usado esa plata en un libro, y ese libro podría haber generado un momento familiar de encuentro muy distinto al que puede generar Netflix, donde nos sentamos en un sillón, nos callamos la boca y escuchamos qué nos dice la pantalla.
Un libro lo podemos leer en familia, lo podemos discutir en familia, se puede generar una dinámica que cultiva a la familia. Eso hoy es accesible prácticamente a todas las clases sociales. El tema es que uno tiene que hacerlo, pero en una cultura de la pantalla que ha abandonado la cultura del texto, como la que vivimos hoy, es revolucionario, es subversivo. Depende de que uno tome conciencia y diga ‘vamos a darle a la familia esto’.
— ¿Qué cree que pasará si una persona de izquierdas lee La batalla cultural?
Si lo leen con honestidad intelectual y desprejuiciadamente, yo creo que les gustaría mucho. Para empezar, la mitad o más de los autores que yo utilizo para escribir ese libro son de izquierdas. Partamos por ahí: ellos van a reconocer muchos nombres y muchos filósofos en este texto.
En segundo lugar, porque la batalla cultural es un término que viene de las izquierdas. Es un término totalmente gramsciano, el con lo cual ellos van a tener una intuición de que lo que están leyendo tiene también que ver con ellos. Se van a sentir casi que como en casa, te diría.
Ahora, claro: yo escribo desde las derechas, no oculto mis preferencias políticas y lo digo desde la misma introducción. Entonces, en el último capítulo, sobre todo, una persona de izquierdas va a ver cómo yo leo a la vieja derecha y cómo interpreto que debería ser una nueva derecha. Ahí sí, por supuesto que puede decir ‘uf, este tipo está queriendo elaborar algo que a mí no me gusta. La consecuencia política de este libro a mí no me gusta’.
No leamos los libros solo por sus consecuencias políticas, que en este caso yo quiero tener la honestidad intelectual de afirmarla de manera explícita; leámoslos también por su contenido.
Por ejemplo, a mí no me gusta la consecuencia política de un libro como Vigilar y castigar, de Michel Foucault, pero me gusta su contenido. Me parece que es sumamente valioso e interesante: elaboró una teoría del poder que ha determinado la filosofía política contemporánea de los últimos años. Tampoco me gustan las consecuencias políticas de los textos de Deleuze, pero el contenido me parece fascinante, por más que no esté de acuerdo.
Entonces, creo que es parte de la inteligencia saber separar un poco las cosas y poder valorar a los libros más allá de las consecuencias políticas que su autor busca —en este caso, de forma explícita—.
— ¿Por qué una persona de derecha debería leer La batalla cultural?
Para formarse. Para utilizarlo como un material de estudio que le permita entender qué es eso que está escuchando todo el tiempo de la batalla cultural y que nadie le dijo hasta ahora qué era. Fijate: todas las derechas están hablando de ella pero nadie sabe muy bien de lo que está hablando. Leer este libro te permite saber de qué hablamos o qué debería significar una batalla cultural en el marco de una teoría política, que es lo que yo trato de articular allí.
A una persona de derechas también le va a permitir saber qué significa ser de derechas, cosa que siempre está en la nebulosa. Siempre hay muchos problemas para definir qué es la derecha y qué es la izquierda; no le pasa solamente al hombre común, sino también a la filosofía política.
Por ejemplo, Norberto Bobbio ha escrito Derecha e izquierda, un libro fabuloso, pero que se ha quedado corto en decirnos qué era la izquierda y qué era la derecha. Es una discusión muy difícil, pero que le va a permitir al lector de derechas poder ponerle palabras a lo que él piensa y a su identidad.
San Agustín decía “yo sé lo que es el tiempo, pero cuando me preguntan y me piden que diga qué es el tiempo, ya no lo sé”. Eso pasa con las personas de derechas: yo sé lo que es la derecha hasta que me preguntan qué es la derecha. Bueno, este libro te va a dar muchas respuestas sobre eso. Además, como tiene un objetivo político claro y explícito, te va a dar herramientas para entender por dónde puede pasar una articulación de nuevas derechas en el mundo actual.
AGUSTIN LAJE.
Foto tomada de:https://cerosetenta.uniandes.edu.co/laje-derecha/
(Los resaltados corren por cuenta de Erótica de la Cultura)