A propósito del estreno en Netflix de DON´T LOOK UP («NO MIRES ARRIBA»), me han cuestionado públicamente por decir que Leonardo DiCaprio logró ser muy buen actor en cierta etapa de su carrera. Y que pese a algunas iniciales nominaciones al Oscar nunca conformaba del todo al ojo crítico. Es probable que en ese sentido pesara en contra su belleza. Igual sucedió mucho antes con Alain Delon. Hasta que llegaron Steven Spielberg y Martin Scorsese, este último casi adoptándolo.
Escribe
AMILCAR MORETTI
Creo que muchos asuntos son opinables y relativos, más aún en materia de arte, dada en principio la polisemia de lo estético. Creo que cuando Leonardo DiCaprio, en sus comienzos, en su tercer película, en 1993, «¿Quién ama a Gilbert Grape?», aún cuando fue nominado para el Oscar (parte del negocio) no encajaba del todo bien como discapacitado, más aún al lado de Johnny Depp y pese a los esfuerzos del sueco Lasse Halström.
En «Romeo y Julieta» tampoco convencía del todo y en «Titanic», en 1997, hasta ahí nomás. El éxito monumental del filme de James Cameron lo envolvió. Se consagró ahí, sí, claro, como estrella (star), que es otro asunto, de la mano de Cameron. Es cierto que era subestimado porque el gran público subrayaba solo su belleza. Pero, estimo, tuvo que esperar a Spielberg y a Scorsese para cimentarse como buen actor. Eso comienza en el 2002 con «Atrápame si puedes» (Catch Me If You Can, 2002) de Steven Spielberg, gran película no apreciada, y «Pandillas de Nueva York» (The Gangs of New York, 2003)), de Martin Scorsese. Y en ambas tenía antagonistas superiores, Christopher Walken en la primera, y Daniel Day-Lewis en la última.
Un buen actor, casi siempre, se desempeña correctamente aún sin un buen director que le señale cómo hacer y lo que desea. Repito: correctamente, y a veces, no. Pero en las manos de directores y puestistas extra-ordinarios como Scorsese, que casi lo adoptó, y Spielberg, es cuando un buen actor puede llegar a ser un gran actor. Pongamos otros ejemplos: David Carradine siempre fue un buen actor. Pero cuando Ingmar Bergman lo elige para «El huevo de la serpiente» su presencia se hace más grande. Antes, estaba firme en «Esta es mi tierra» (Bound of Glory, 1976), de Hal Ashby y sobre la vida errante Woody Guthrie, el gran cantante folk. Después vino Tarantino. Otro es el francés Alain Delon, actor bello que en las manos de Antonioni, Visconti, Jean Pierre Melville, Joseph Losey, Louis Malle, se convirtió en un inimitable, y no por su belleza. La inexpresividad de su rostro bello se transformó en una columna dramática insustituible. «¿Quién otro podría haber hecho «El samurai» (1967) con ese congelamiento de expresiones?.
En DiCaprio el asunto se hace indiscutible cuando «El aviador» y «La isla siniestra» (puede sumarse «El lobo de Wall Street»), de Scorsese; «J.Edgar», nada menos que bajo Clint Eastwood; «Sólo un sueño» (2008, Revolutionary Road). Más recientemente sus trabajos dirigidos por Tarantino y el mexicano González Iñárritu. Pero, sí, claro, todo es debatible, y más allá de gustos lo que interesa son los juicios de valor con sentido crítico en base a un análisis casi siempre incompleto.