
Escribe
AMILCAR MORETTI
Denuncian la posibilidad de un «golpe blando» en Argentina. Esto es, un golpe de Estado sin necesidad de usar las armas poliiales-militares, algo hasta ahora desprestigiado (1). En cambio, en el caso argentino, esta vez, sería por desquicio a causa de la alta inflación, que genera malestar -ya se lo percibe- en amplios sectores de la población. Algo similar obligó al ex presidente Alfonsín a dejar su gobierno en fecha anticipada (julio 1989). Lo sucedió la década cavallo-menemista, un paso muy fuerte dentro de la línea político-económica iniciada en 1955 con el derrocamiento de Perón.
Victoria Tolosa Paz, principal candidata del peronismo (Frente para Todos) –elecciones intermedias, de legisladores-, argumentó al respecto con cierta delicadeza, acusando a la oposición política del principal partido de la derecha (2), que desde mediados del 2000 gobierna la ciudad de Buenos Aires con notable cantidad de votos antiperonistas y de una derecha que, como en otras del mundo, cree en la «libertad» de los que pueden pagarla. Los pobres muy pobres (4 millones) no cuentan. Lo empobrecidos y las clases medias así como trabajadores sindicalizados o sin cobertura sociales, aunque muchos peronistas, llegado el momento pueden votar a la derecha como expresión de protesta y descontento.

Está bien lo que hizo Tolosa Paz, medido y discreto, pero al mismo tiempo como una apertura inicial a la mención de un fenómeno que, como operación de desgaste y arrinconamiento de un gobierno, es importante. Ella por ahora no puede salir a acusar a los factores y sectores de poder económico que generan estas situaciones, tanto en lo material como en lo simbólico, tanto e el almacén como en los medios de comunicación.
Hay disconformidad comprensible y justificada en millones de personas que sufren el debilitamiento de su capacidad de compra por obra de una inflación dirigida y acordada, y a la vez por la presión de una deuda externa monstruosa que todos sabemos no se puede pagar salvo cediendo riquezas y territorios naturales, desde el Acuífero Guaraní hasta Vaca Muerta en el sur con otras riquezas de gas y petróleo. A eso, deben sumarse las tierras a transnacionalizar o extranjerizar, algo instalado desde hace décadas.
Pero el poblador o habitante común y promedio, ese que va del trabajo a su casa y de su casa al trabajo, o que no tiene empleo, o cumple un trabajo provisorio muy mal pago, que cree en la televisión (ya casi nadie lee, y en Argentina -y buena parte del mundo- son muchos los que piensan que la era de los diarios impresos en papel pertenecen al pasado), que no tienen politización alguna («la política es mala, es corrupta») y que, en algún momento podría sentir simpatías por el peronismo, ese ciudadano de a pie con hambre o con dificultades para llegar a fin de mes va a dudar mucho antes de votar el Frente de Todos. La ventaja entonces, conjeturo, será para la derecha partidaria que ya ganó una vez con el 51 % de los votos, a fines del 2015. Para que suceda lo contrario, lo que deseo, se requiere memoria y razonamiento. La conciencia política brotada en el despolitizado es muy difícil con el estómago vacío o mucha bronca acumulada y estimulada desde hace al menos una década.

Hay sí malhumor y silencio desconfiado en muchas franjas de la oposición, que es solo de derecha, pero derecha vicaria y no «burguesía nacional» según cierta mitología. Si alguna vez hubo burguesía nacional, ya no la hay. Ahora, simplemente, son ricos, minorías ricas. Y en la vereda opuesta no hay un «proletariado revolucionario» que confronte. Nada de eso existe ya.
Ahora las contradicciones antagónicas y no antagónicas, principales y secundarias, al decir de Mao, el comunista, pasan por otra dialéctica más compleja, complejísima, que aún no está bien estudiada -y a veces ni siquiera reconocida- por la «izquierda», que tampoco existe. En Argentina no hay izquierda, desde hace tiempo, también como en el resto del mundo «capitalista», salvo grupitos oscilantes que a veces, eventualmente, obtienen algún voto bronca.
Pero la advertencia de la candidata principal del peronismo (ni «populista » como defecto ni «social-demócrata» como algunos califican al gobierno actual) es oportuna ante ciertas evidencias. Dar explicaciones después que los desastres han ocurrido es relativamente fácil. Reconocer los problemas antes de que se agraven es difícil, muy complejo, y las circunstancias futuras tienen -se sabe- un alto grado de imprevisibilidad. Perón lo sabía bien: decía que hay que prever hasta donde es predecible, pero meterse a aclarar lo imprevisible no solo es una pérdida de tiempo sino un gran error.
Como opinión, en retrospectiva, este gobierno peronista se ocupó muy pero muy bien de la pandemia Covid (esos imprevisibles) y se encerró en cómo hacer pagable la enorme deuda externa impagable mediante gestores hábiles, pero se olvidó o postergó lo peronista: trabajo y salarios. Allí actuó blando, y además oculto por los medios. Este es un gobierno peronista, pero gastó mucha energía en cuestiones que convienen o importan a las clases medias blancas sin necesidades acuciantes. Tanto esa pequeña burguesía blanca y feminista en gran parte, no vota peronismo por lo general. Los beneficiados por estas políticas de sectores más bajos, tampoco han de votar peronismo por la sanción de la ley de aborto sino, más urgente, porque no ven que su cotidianidad mejora y le cuesta mucho conseguir un peso.
No cuestiono las políticas sanitarias y culturales del gobierno, me parecen que son adecuadas. Pero no han de sumarle, ahora, votos. Muchos feminismos, por ejemplo, son gorilas, antiperonistas. No basta hablar con «e», algo que además se quiere imponer de arriba hacia abajo, como resultado del progresismo académico, en gran medida incidido por la cultura liberal puritana de Estados Unidos. Las lenguas cambian de abajo para arriba. Cuando el pueblo o comunidad lo hace, inconscientemente la mayoría de las veces. Recién entonces es tema de la academia el cambio de la lengua y los lenguajes.
Este elitismo «peronista», más allá de entusiasmos y aciertos, se ha mostrado incongruente y, en cualquier caso, ajeno a lo que se esperaba de un gobierno peronista: trabajo y salarios dignos. El común de los ciudadanos, no se pone alegre cuando habla con «e» sino cuando siente que puede comprar en la carnicería y panadería. Y así y todo, entre ese bienestar modesto y la politización por razonamiento y conciencia social hay un enorme trecho. Pocos se hacen peronistas porque pueden comprar un kilo de asado. Diría que, al contrario, son gorilas o algo peor, indiferentes. Se ha sembrado demasiado de esto último.