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Escribe
AMILCAR MORETTI
Habría llegado el momento de contar. Ficciones y pequeños fraudes. Muy rígidas en sus principios enunciados estas duendes parecen muy laxas en sus prácticas de tijeretazos con el otro, con el mundo en general. Quien está vinculado con la literatura o el arte sabe que las ficciones literarias -el espacio de la imaginación en las letras- tienen un referente en lo real, en la experiencia. También sabe que la ficción es eso, solo eso, ficción. Polisemia de la imaginación expresiva. Lo otro, la historia, quizás, y la ciencia, tal vez, serían lo unívoco. Conocido.
De hecho en el 1500 y 1600 español proliferó la picaresca como género literario. Uno de los precedentes de la novela como la conocemos hoy. La picaresca tiene un gran contenido social, retrata épocas y costumbres, a veces mejor que un texto de sociología o historia. Se prolonga hasta hoy, en la ficción literaria y en lo que, denominamos, realidad. En España la especie tuvo resonancias en Sevilla, a partir de El Arenal, playa del Guadalquivir, lugar de congregación de Rinconetes y Cortadillos (Cervantes sabía de qué hablaba tras haber estado preso en la cárcel real por sus actividades como recaudador de impuestos).
Así fue como una jovenzuela, entre otras que he conocido, con un matiz de astucia que era, casi, otra forma de lo ingenuo, intentó timarme, creo. Se trató de unos cuantos o pocos dólares, según me precie. La chica era actriz y tamborileaba en un bar de la ciudad hasta las cuatro o cinco de la mañana. En una convocatoria, se presentó para trabajar conmigo, y, realmente, lo hacía bien. Una muchacha de barrio, una chica de pueblo del sur como tantas, sin padre preciso y con madre…madre, no lo sé a ciencia cierta.
Tras nuestros primer o segundo encuentros, tal vez antes de ellos, no logro recordarlo, adoptó una actitud reticente, de distanciamiento. Aquí, una maniobra relacional como tantas otras entre los sexos cuando una parte percibe cierto interés cooptado en la otra parte. Ella tenía novio, según dijo. La primera vez contó que dudaba entre dos, en paralelo. La segunda vez, afirmaba, ya se había definido por uno, creo que estudiante de comunicación.

Suponía heterosexualidad aunque había cierta imprecisión, muy legitimada ahora. Algo por ese lado tampoco cerraba del todo. Repito, algo común y abierto, hoy. En fin, que cuando la reclamé para otras jornadas de trabajo, tras la prolongación de su actitud reticente, accedió ha hablarlo en mi casa. Tomó asiento y comenzó a lloriquear. Una historia de un padre ausente y duro en la Patagonia, pero sobre todo una madre necesitada de su atención en materia de salud. Algún colapso requería intervención quirúrgica y había secuelas de discapacidad. En fin, la muchacha debía viajar al lejano sur polvoriento y ventoso y darle de comer en la boca a su madre impedida. Nada demasiado dañino ni malicioso para una aprendíza de pícara Justina.
Escuché, todo resultaba verosímil, salvo -pensé- cierta falta de consistencia en el sollozo, leve, silencioso. Actuar austeridad dramática requiere mucho entrenamiento y talento. La lamentona no me conformaba del todo, cono ojo de crítico. Pero presté mi credulidad. Además, supuse cierta niñez de carencias de uno u otro tipo. Sucedía, contó plañidera, que no tenía el dinero para pagar el tren hasta una zona muy lejana, mientras sufría, ella y su madre, según veía. Esto, fácil de deducir, restaba a su deseo y necesidad de trabajar conmigo. Obviamente, le ofrecí el dinero en dólares necesario para el pasaje, con la condición de que poco a poco me lo devolviese como un pequeño descuento en el pago de sus futuras sesiones. Aceptó, claro. Y se esfumó por un mes.
Ninguna noticia durante un mes, ninguna llamada por teléfono móvil, ninguna información sobre la situación de su madre. Intenté conectarme con ella y alguna respuesta aislada muy sucinta, sin detalles, me llegó. Una o dos líneas en mensajes imprecisos. No parecían acordes con la difícil situación relatada.
Pasadas sus vacaciones, volvió voluntariosa a la ciudad, y trabajamos varias veces tanto en ella como en Buenos Aires. No habló de la madre. Un día, ante mi requerimiento por saber algo sobre el estado de su madre, cerró la conversación de modo breve y nunca volvió a referirse a la imprescindible y dolorosa asistencia que su madre requeriría al estar imposibilitada de valerse por sí misma. Algo extraño, confuso, poco claro, pero por pudor no abundé en pedidos de pormenores. Ya me había comentado con evidente rencor la indiferencia o rechazo de su padre, al parecer regente de un establecimiento nocturno, en el que, imaginé, atendían mujeres. No lo sé. Una suposición, nada más.

El dinero lo devolvió en cuotas con su trabajo. En Buenos Aires, después de las sesiones vagaba con su novio y el dinero ganado. Ahí comencé a conjeturar otro argumento, escenario y personaje: había regresado despreocupada, descansada, no era una persona agobiada emocionalmente por el estado de su madre enferma, a la que decía querer, ni sobrecargada por el esfuerzo de atender a un adulto con discapacidades físicas. Lucía reluciente y animosa, atenta a su labor, contundente, conocedora de su cuerpo y algo desconfiada, con cierta inquietud que la tornaba más vivaz y perceptiva.
La supuestas obligaciones con su madre impedida habían sido vacaciones, o vividas como tal, por lo que intuí, junto a su novio. No creo que en la agreste geografía del sur argentino, sino en otros territorios, tal vez el norte. Una especie de jolgorio amatorio y juvenil logrado a través de un cuento, una situación lastimosa inventada. Ni una palabra o comentario sobre su estadía en el sur ventoso y desierto, nunca, pero nunca, siquiera una impresión sobre la situación de su mamá, durante largas sesiones.
Se advertía allí un hueco, una ausencia, un silencio notorio. Se oía una teatral engañifa. Ningún rastro de dolor o emotividad. Poco a poco compuse el sablazo. Pequeña pícara que al final desapareció, quiero creer, con una pizca de vergüenza lo que no le impidió, fugazmente, volver para llevarse un poco de dinero que, por mal sumadas cuentas, me dí cuenta le debía. No la atendí yo.
Pero el aire de las vacaciones hace muy bien a la salud, y los pequeños pícaros se divierten con esos fraudes que les permiten conocer paisajes nuevos con mentirillas de por medio. Nunca más tuve noticias de ella y en cuanto a su pareja, en función de fiolo suave y, de algún modo, entregador, confieso que su sola mención nunca me agradó aunque no lo conocí cara a cara (dura).