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En el modelo WhatsApp, al igual que otros de las redes digitales, se advierte ya una regresión a un estadio de pre-ciudadanía, concepto -el de ciudadanía- que parece ir camino a lo anacrónico, como perteneciente a “otra época”. Lo “moderno” (?), en verdad, la moda es estar y ser controlado por una oscura nube de digitalización privada. El negocio de las grandes corporaciones de redes digitales es el de espiar y acumular datos para “sancionar” o, llegado el momento, algo peor. No anuncian lo mejor.

Escribe
AMILCAR MORETTI
Las nuevas “Normas” de WhatsApp convierten la acción de una empresa corporativa -Facebook-Instagram- en una especie de dictadura mundial. No solo reconoce ahora -no sin cierto descaro- la vieja evidencia de ser, también, una empresa privada dedicada a la vigilancia, espionaje, control y delación sino que, como gran paso, reclama el consentimiento del usuario, de la víctima, es decir, nosotros para que aprobemos -aunque ya se supiera o sospechase- el “derecho” empresarial corporativo a vigilar y denunciar al que no cumple las “normas”, sus normas privadas.
La de Zuckerberg es una aplicación ejecutora binaria del mundo, del humano, la política, el arte, lo social al estilo de George Bush (hijo) y antes, Mussolini: Están con nosotros o contra nosotros, es la conclusión de su principal “norma comunitaria”. Aquí en Argentina, cuando aún no se resolvió el grave tema del espionaje de opositores y rivales políticos ejercido por un ex presidente de la Nación, irrumpe como justificación de esa conformación dictatorial de gran parte del mundo la exigencia de aprobar y consentir las normas autoritarias y represivas de lo que se asemeja más a una Orga que a una Corpo privada.
Si no fuera horroroso, peligroso y temible, lo de WhatsApp-Facebook-Instagram podría tomarse como una especie de sátira -siempre exagerada, para que se note lo perverso del control y castigo- de una antigua dictadura militar tipo siglo XX. Pero es serio, es cierto, verdadero, y se lo anuncia y publicita de forma, puede decirse, amenazante. ¡Ojo con lo que decís o mostrás, que aquí estamos nosotros!, parece decir. Como intermedio previo al castigo está la expulsión, la cultura de la cancelación, del bloqueo. Si no hacés lo que yo digo (no lo que yo hago) quedás afuera, o jibarizado. Peor aún: si renunciás a seguir en estas plataformas -como he hecho en varias ocasiones, junto a sanciones de silencio obligado- de inmediato la víctima se convierte en un pari tan silencioso como sospechoso.
Horroriza que muchos hablen de la adictividad que producen en la mayoría de los usuarios estos super-negocios de Zuckerberg, multimillonario. ¿Se reían de Trump? En el fondo, el hombre era emergente representativo de lo sentido por buena parte de la población de Estados Unidos. Trump no salió de un repollo. Puede ser -y no tanto- inusitado e imprevisto, pero él es una figura que interpreta las cosas oscuras de una mayoría silenciosa o aullante, con la cara pintada con barras y estrellas y una cabeza de búfalo como sombrero o corona, según se vio días atrás durante el asalto al Capitolio. La Norte-América profunda, blanca, también negra afro y “latina” iberoamericana, empobrecida y sin techo, racista y clasista, rústica y torpe, bruta.
La aplicación con dimensión mundial de este sistema corporativo de control, censura política y moral-sexual, y sus sanciones -formateador en serie de cabezas, ideas y sentimientos- es el gran negocio financiero planetario de vigilar y espiar a los individuos o grupos, ciudadanos o no. Pienso que se advierte ya una regresión a un estadio de pre-ciudadanía, concepto -el de ciudadanía- que de modo progresivo ha pasado a ser anacrónico, de “otra época”. Lo “moderno” (?), la moda es estar y ser controlado por una oscura nube de digitalización privada. El negocio de espiar y acumular datos para “sancionar” o, llegado el momento, algo peor. No anuncia lo mejor.
La cultura de la cancelación y el descarte -disfrazada de “solo quiero y merezco ser feliz, o alegre en medio de un interminable entretenimiento”, que solo revela un profundo malestar existencial y social, una novedosa angustia colectiva basada en lo imprevisible y lo impreciso, en el miedo de quedar sin trabajo, ser violada(o), robado, encarcelado, apaleado, acribillado o desaparecido por un poder inasible y abstracto sin poder articular otra respuesta energética que el odio. El Odio es un gran energizante, junto y producto del miedo sembrado, difundido, promovido mediáticamente y basado en episodios ocurridos o no, manipulados, a veces planificados, parece.
En fin, que las Normas de la Corpo son amenazantes. Suenan a anuncio. Agoreras. Operan a la manera de las brujas de Macbeth. Shakespeare y Zuckerberg, ¿quién lo hubiera dicho, no? Hace poco Fresán, escritor, lo definió así: “Pocas cosas más inquietantes que lo imprevisible sea previsible”. Babel en marcha. Se inventó la lengua pero nadie se entiende, o cuesta entenderse y ser entendido, cuesta entender. El Odio. El Miedo. ¿Será eso repetido del “Horror, el Horror…”, de Conrad?
