
Escribe
AMILCAR MORETTI
Miedo y desconfianza. Se nota en la calle, en el cruce de personas. La peste tiene su gran incidencia, el alejamiento del otro, la toma de distancia entre cuerpos, en especial si no hay reconocimiento mutuo. Puede ser un factor, lo es. Pero el miedo y la desconfianza colectivos estaban antes de marzo del 2020. Desde comienzos del 2016 se profundizó, sin virus pero con peste, otra peste. La alegría abyecta de algunos, la frivolidad estúpida de otros, muchos, que creyeron y apoyaron lo que crearon en el convencimiento mezquino de que era a costa del pobre, del negro, mejor, del marrón, siempre culpable. Después, ya en 2018, el silencio. La ausencia de comentarios, entre sentimiento de culpa y necesidad de desresponsabilizarse del desastre, la desocupación, el desmantelamiento de la salud, la casi disolución de la escuela.
La cultura mediática como forma de formateo de la conciencia social e individual. Los hechos de violencia, horrendos a veces, repetidos una y otra vez de infinitas pantallas. Las violaciones y los robos en cualquier momento. Sobre hechos reales compaginación de secuencias taladradas en el televisor o el celular con una complacencia perversa. El hecho delictual, si psicopático -la mayoría de las veces, no- reconvertido en una psicopatologización maníaca del espectador que mira la pantalla o pantallita, y cree todo, no elabora, pide ajusticiamiento inmediato mientras ve que el sueldo no le alcanza, si es que tiene empleo, y que el pibe ni estudia ni trabaja y merodea la merca.
Uniformarse, en todo sentido, se ve tanto como una opción y como también un escenario social. Entre otras cosas, todos pensando lo mismo: matar al otro, un exabrupto de muchos, pero muchos, demasiados. Sentencia fácil: ¡Hay que matarlos a todos!, y en la volteada caen indiscriminadamente, el marrón, el chorro del almacén que pega dos tiros por tres fetas y así. Nunca un rico, casi nunca un clase media acomodada. Si afanan al pequeño burgués de country o a la viejita jubilada a la salida del banco, de nuevo, silencio o clamor -es lo mismo- que apunta a la guillotina. Hay que matar. Mejor, matarlos, dicho con ligereza vil. Obscenidad colectiva. Crueldad banalizada. Y si no creés en esa solución luctuosa y de tormento, entonces puede que te roben o algo peor, para que creas, entonces sí.
¿Cómo no vas a reproducir o fomentar temores? ¿Cómo no vas a desconfiar? Viene desde antes. la historia es más larga. Algunas puntas se vieron -en democracia- durante los noventa cavallo-menemistas. Pero en la década y más del 2003 hasta el 2015, junto al mejoramiento progresivo social y económico, lento pero efectivo, desigual pero favorable para el asalariado o la madre con hijos y sin marido ni trabajo, en esa docena de años el miedo y la desconfianza, la crueldad y la mezquindad como banalidades crecieron y se instalaron en medios y pantallas. En la cabeza de mucha gente.
La pantalla con años de vomitar miedo, y claro, el resultado, la desconfianza. Desconfiar, desconfiar mucho del otro, de los otros, hasta el punto de equivocarte tanto que, como buen descreído, terminás creyendo en el estafador psicopático de nación, o regiones, y los hay también del mundo, o casi.
Y entonces, la peste inesperada. Leo que en la reunión de Davos los ricos reconocen que fracasó el neoliberalismo -digamos, el «mercado»- pero no el capitalismo. Entonces se propone la vuelta al Estado, Estados fuertes, preferiblemente pocos, pero duros, represivos, Estados de dictadura. Desglobalizar lo poco globalizado que queda, es decir, que cada uno por su lado y el que no tiene que se hunda. Ya vendrá su propia democracia con Estado en dictadura. Despoblar. Con hambre, HIV o pestes. Guerras locales, regionales.
También en los ricos el miedo y la desconfianza. Por eso la amenaza y siempre sospecha de la democrática dictadura inminente. Dictadura con estado fuerte y palos, muchos palos y centros de aislamiento colectivos. Los pobres están en el recibidor, dice Serrat, y no se han enterado que Marx está muerto y enterrado. ¿Cómo no va a haber miedo? ¿Que te violan, que los machos te culean, que te roban, te arrebatan, te afanan la bici (¿No vieron «Ladrones de bicicletas»?), te pegan dos tiros por la espalda, te queman, gasean, y arriba no mires porque te espera un acoso con posible condena pública. Miedo, desconfianza. Nada bueno sale de ambos.
