
Escribe
AMÍLCAR MORETTI
Domingo 28 de abril 2013
Argentina.
«LAVAME ESTA», dice el pequeño cartel. Para un argentino rioplatense «Lavame esta» puede traducirse como la obscena e insultante sugerencia «CHUPAME LA CONCHA». Se lo dice una mujer a otra, una ciudadana a la Presidenta de la Nación. Tan claro como cualquier sobreentendido clarísimo: «CHUPAME LA CONCHA». Obscenidad, escatología política, expresión no exenta de perversidad exhibicionista sobre (¿propias?) costumbres genitales íntimas, el cunninlingus o sexo oral de una mujer (la Presidenta) a otra, que al ser una común (aunque ¿respetable?) ciudadana implica un rebajamiento y degradación humillante de la máxima autoridad elegida por la ciudadanía.
Hubo una marcha de caceroleros en Buenos Aires. Concentró unas 75 mil personas, según la policía. Puede que más. «Caceroleros» se les llama en Argentina a los opositores que en la ciudad capital y otras principales del interior del país, se concentran para golpear cacerolas u otros utensilios de cocina en señal de protesta contra el gobierno de la señora Cristina Fernández de Kirchner. En general se trata de miembros de los diferentes estratos de la clase media urbana con un «pensamiento» político común promedio de derecha, y ultraderecha. También, en general, se trata de sectores -amplios, por cierto- que por décadas no han mostrado interés por explicitar su posición política de manera pública, o bien argumentaron estar desinteresados por «la política». Sucedía que por muchos años que no hablaron de política porque aprobaban o consintieron las acciones de gobiernos de derecha y conservadores, contrarios a los intereses mayoritarios de pobres y asalariados, y con altísimos grados de corrupción, como todo lo relacionado con la deuda pública de cientos de miles de millones de dólares.
La CABA (Ciudad de Buenos Aires) desde 1955 -golpe de Estado contra el gobierno constitucional del general Perón- nunca fue un bastión del peronismo, sino del antiperonismo, de derecha y aún del radicalismo-socialismo (izquierda moderada) y las izquierdas. Por ejemplo, en 1973, al regreso de Perón después de 18 años de exilio político, en una elección histórica con notable mayoría peronista en todo el país, en Buenos Aires fue electo primer senador el doctor Fernando de la Rúa (presidente desalojado en el 2001), de la centro derecha de la Unión Cívica Radical, décadas después desalojado de la Casa de gobierno por la conocida mundialmente protesta popular del 2001, con más de 30 muertos. En 1973, su adversario fue Anchorena, peronista de antigua familia oligárquica, nacionalista y derechista.
Por una u otra razón, de un lado o del otro, Buenos Aires no fue ni es peronista, menos del kirchnerismo que gobierna con mayoría indiscutible desde hace diez años. A la población porteña supo gustarle -como a toda la nación- el cavallo-menemismo, un conservadurismo privatizador y neoliberal que retrotrajo todo lo hecho en materia de avance social y económico por el peronismo histórico entre 1945 y 1955, y malvendió o regaló el capital público para sumir al país en una crisis más profunda (2001) que la mundial de 1929, considerada las peores del capitalismo (aunque ya habíanse producido otras, la del 90 o 1890, por ejemplo).
La ciudadanía promedio de Buenos Aires, tras la casi desaparición de la clase obrera industrial (cierre de fábricas) en el menemismo, no simpatizó ni vio con ojos confiados -o bien percibió con notorio rechazo- al peronismo, casi siempre. En especial, la clase media y más aún sus sectores de clase media,. Por supuesto, también la clase alta o «burguesía» y grandes propietarios de tierras, tradicionales ejecutantes del poder en la Argentina, con propiedad de los más difundidos y poderosos medios de prensa y televisión.
Frente al kirchnerismo, un movimiento popular y nacional democrático y republicano, con una política neodesarrollista con distribucionismo de la riqueza y reformismo para el progreso social ascendente de los sectores pobres o marginados, el rechazo de esos sectores es «visceral», de naturaleza netamente clasista, prejuiciosa e ignorante . El distribucionismo popular molesta mucho a dicha clase media «cacerolera», que considera que los pobres y desocupados (por el cierre de fábricas) son empedernidos integrantes de amplios sectores «acostumbrados a la vagancia» y que cualquier reforma social progresiva es «malgastar el dinero». En cualquier caso, las medidas de reforma social progresiva con aumento de ingresos, entiende esa variada pequeña burguesía, debe beneficiar y estar dirigida solo hacia ella misma. Los pobres, los «negros» no son merecedores de ayudas sociales. «Negros» en Argentina se dice despectivamente al mestizaje proveniente del interior provincial, hoy integrante neto y bien fusionado con las clases medias, verdadera paradoja en la protesta cacerolera.
Lo cierto es que las últimas dos concentraciones de caceroleros fueron particularmente agresivas, y la última tuvo actos de violencia como intentar romper las puertas de los más importantes edificios públicos del gobierno. No hubo represión, que en su medida y armoniosamente hubiera estado justificada por daño al patrimonio de todos y desmanes con daños en la vía pública. En estas concentraciones ahora se agrede y golpea a los periodistas, en especial si se los identifica con el gobierno. Se golpea y ataca a la prensa, pese a que dicen -los concentrados- que defienden la libre expresión y que el gobierno kirchnerista no lo hace.
Pero la agresividad más notable, expresión de inquietantes rencor y resentimiento social, ha podido comprobarse de modo notorio en los gritos, eslóganes, cánticos y, sobre todo, en los carteles y pancartas de los caceroleros. En general, insultos, obscenidades y acusaciones o denuncias falaces que repiten el chismerío -en general no comprobado por la justicia, o sometido a ella- que propala la gran prensa, en un 90 por ciento opositora y sin trabas de expresión. Todos los medios más poderosos de prensa escrita y televisión, también en radio, son opositores al kirchnerismo.
En los carteles predominan los insultos, muchos obscenos, sin faltar claro los fúnebres y sombríos anunciando derrocamientos por la fuerza o con augurio de finales letales por medio del vandalismo social, el linchamiento o la justicia por mano propia de las multitudes enfurecidas y salidas de sí en turbas sin control. Se advierte un definido odio de clase en los caceroleros porteños, que comulga con lo peor del humano, la muerte y violencia. El deseo de destrucción del otro, de exterminio del otro.
En lo vergonzoso, en la obscenidad de esas expresiones, ajenas a cualquier tipo de humor rudo y popular, llama la atención el cartel (ver arriba) que porta la joven semiteñida de rubio que dice: «Lavame esta». Se lo dice a la Presidenta, otra mujer. Le dice, como sometimiento: «CHUPAME LA CONCHA», o «CHUPAME ESTA (CONCHA) (LA MÍA)». Una mujer de clase media, que hace suponer cierto nivel discreto de instrucción formal y una casi segura formalidad en sus modos de expresión relativos a su intimidad sexual y genital, le espeta a la Presidenta de la Nación. «CHUPAME LA CONCHA».
Domingo 28 de abril 2013. Argentina.