No
los
olvidaré
mucho,
nunca,
David
y Paul
(El historiador Ted Gioia dice) : «Cuando Dave Brubeck empezó a formar su movimiento moderno de jazz fue un cambio radical para el área californiana. Existía jazz avanzado y vibrante en Nueva York pero la escena entera del norte de California era muy tradicional». Según Gioia, Brubeck apareció no solo practicando un jazz moderno, sino más moderno que el de la escena neoyorquina, a partir de las avanzadas técnicas compositivas que aprendió de Darius Milhaud y que supo adaptar al jazz. «Y esto sacudió la escena del área de la bahía de San Francisco como un relámpago, que no volvió a ser lo mismo. Hoy San Francisco es un centro de jazz moderno. Y si seguimos los orígenes de todo esto, vemos que damos con la influencia de Dave.»
(editorial Sol90, autor Julián Chappa, 2001, Barcelona, España. Coleción Grandes Reuniones del Jazz)
El pianista de jazz Dave Brubeck murió a los
91 años, ayer miércoles 5. Su gran
compañero del legendario Cuarteto de
Brubeck,el saxofonista Paul Desmond, había
muerto por alcoholismo y cáncer de pulmón
en 1977.

Escribe
AMÍLCAR MORETTI
Jueves 6 de diciembre del 2012.
La Plata. Argentina.
La marcación en mi vida del Quarteto de Jazz de Dave Brubeck, en cuya escucha no puedo separar al pianista de su saxofonista Paul Desmond, es muy fuerte. Tiene fecha en los años de mi adolescencia, antes de los 18 años, cuando junto a Joao Gilberto, Tom Jobin y Vinicius de Moraes se me reveló como una sonoridad distinta, suave y a la vez profunda, de delicada alegría. Esa especie de bienestar anímico de cuando uno se siente rodeado de un mundo amparador y dulce, con una chica más bella que ninguna otra, de una piel y vitalidad que nunca se volverán a rozar y sentir, terciopelo tibio, y esa despreocupación peculiar de amigos y ambientes sensibles que traen ideas nuevas y prometen que no guarda ningún peligro soñar con un futuro en que todo será muelle bondad y belleza etérea de atardecer, como en las playas de mar en verano.
Por ahí, ya entonces, también andaba cerca de mis y nuestros oídos Astor Piazzolla, pero era otro asunto, dramático, inquietante, serio, argentino porteñado al máximo, quizás en anuncio de las tragedias que vendrían. En cambio, Brubeck y Desmond no. ¿Cómo decirlo? Con el cuarteto nos hacían sentir «blancos buenos», y eso no volvió a repetirse nunca más. Poco a poco otros nos hicieron dar cuenta que los blancos podríamos llegar a ser como una especie de bestias gozosas, psicotizadas por la tortura, la sangre, la prisión, la muerte y la desaparición. No obstante, la pureza de Brubeck y su cuarteto siempre se guardó en mí, aún cuando dejé de escucharlo durante años, quizás décadas, hasta comenzar a frecuentarlo hace poco de nuevo gracias a la cultura digital 2.0
Pese a que en aquellos años la importación o la llegada de material de cultura extranjeras no tenían ni por cerca la urgencia de ahora, conocí a Brubeck y su sonido casi casi cuando nacieron. Él y su cuarteto trabajaron en los años 50 del siglo pasado en los ámbitos universitarios de la Costa Oeste, blancos y californianos, junto a la revolución -bastante más vulgar, y quizás por eso más profunda- de Elvis Presley. Pero a Presley lo conocieron todos antes. Brubeck recién tuvo éxito en su país un año antes de la década del 60, que fue cuando comenzó la ilusión del Paraíso aquí y en el mundo del este (eso llamado occidente, concepto que ya solo acepto si nosotros, latinoamericanos, somos reconocidos como el Otro Occidente, distinto e igual de valioso que el originario de Europa).
La unión de Brubeck con Paul Desmond duró desde antes del estallido del descubrimiento en 1959 hasta 1967, cuando aquí también la vida se nos comenzó a ensombrecer. Me dí cuenta por dos detalles bien notorios de ausencia sonora: no fue ya tan fácil ver sus grabaciones en las disquerías y a mí, poco a poco, me sucedió que comencé a sacarlo de mis prioridades absolutas escucharlo, aunque igual siguiera con ellos hasta 1973, más o menos. Pero ya sin la certeza de que las cosas, la vida, eran Blancas, como me parecía decir el Cuarteto.
Pasaron los años, las décadas, y siempre ambos y los cuatro estuvieron en mí, pero sin saber mucho de su evolución y de sus vidas. Sabía que Paul Desmond había muerto, y recién ayer, al indagar, comprobé que había sido en 1977, hace mucho, mucho tiempo. También ayer cuando me anunciaron que había fallecido Brubeck, miré con descreimiento y contesté «pero si Brubeck hace mucho que se murió». Y no, no era así. No se había muerto. Se había corrido de mi vida y de mi mundo, al menos el mundo que veo y percibo. Lo más extraño de todo es que, desde hace unos dos años lo he recuperado al cuarteto, como habrán observado los que me siguen aquí, donde siempre ubico algo de Brubeck.
No quiero hablar mucho de lo otro, lo anterior. Sí decir algo sobre la recuperación de hace dos años. ¿Por qué? Fácil y a la vez con una poquita de dolorcito: porque el Cuarteto de Dave y Paul es tranquilo, sereno, equilibrado, imaginativo, grácil, volátil, elegante pero intenso, evanescente pero a la vez profundo. Al leer las noticias de su muerte, me informé que tenía más de 90 años y que, pese a pasar sus últimos tiempos en cama, había seguido con sus giras y conciertos -aún con filarmónicas- hasta no hace tanto, con esa cara como de Martin Landau, el gran actor, esa cara que sin que me diera cuenta cuándo había sustituido a la del prolijo joven con traje y anteojos de carey, siempre sonriente, de aquellos años del paraíso perdido en que ahora todos, o casi todos, se pasean como felizmente livianos y muy muertos.

(1) Entre los muchos temas recordables de Dave Brubeck y su cuarteto elegí rescatar «Bésame mucho» (1940), no porque de tan celebrada como una de las mejores canciones de amor del mundo, la hayan grabado hasta Frank Sinatra y de The Beatles. No, no por eso. Sino porque el tema de la compositora mexicana Consuelo Velázquez (1916-2005) con letra de Francisco Céspedes, le da al músico norteamericano y sus amigos la oportunidad de lucir la amplitud de su gracilidad.
