DE BELLAS DESCALZAS, LA MIRADA DEL TAXISTA, AUDREY HEPBURN Y LAS CHICAS VIEJAS DE 30. Además, fragmentos de un cuento sobre el refugio maravilloso del cinero.

 

 

 

 

 

 

     «Hermosas fotos, linda modelo, buena música. Y por si no bastara, la brasileña canta descalza…»

(texto del comentario de Carlos de Rojas en uno de los post recientes de este blog).

          

 

 

 

            Texto del comentario en respuesta al compañero y amigo periodista Carlos Díaz, en el cual algo respondo a su apreciación pero, de pronto me voy -sin saber porqué- hacia el relato de chicas hermosas descalzas en el amanecer, con zapatos en las manos, según el interesante relato de un locuaz taxista que hoy lunes  tomé en el centro de la ciudad. Y de ahí saltó a Audrey Hepburn en su película «Muñequita de lujo», dirigida por el gran Blake Edwards a principios de los sesenta.

 

 

 

           Hepburn, como se sabe, lució en el filme un estilizado diseño de Givenchy, con escote con collar, guantes negros hasta el codo y zapatos negros de taco. Ella impuso todo un estilo de vestir con las balerinas como calzado (en ese momento llamadas «chatitas», muy sexies por cierto) y los zapatos negros de punta pero taco no muy alto. Por una de las extrañas razones de la memoria, la fantasía y el deseo, y sobre todo de la escritura, yo la recuerdo descalza con los zapatos en la mano, en uno de sus amaneceres después de noches trajinadas.  No sé si es así; en cambio lo es «La princesa que quería vivir», pero en otro estilo más de púber sensual mientras lame un helado.

 

 

 

 

 

 

Carlos:

              Sí, lo de Eliane (Elias) tocando el piano descalza me mató. Hoy lunes (7 de noviembre) a las 19 viajé en taxi desde el centro y el conductor, de unos 50 años, me dijo: “¿Vió eso?”. No lo había visto pero imaginé que se refería a una mujer bella. Agregué que se pondría “peor” (o mejor, no sé bien), en unos días más cuando hiciese más calor. El tachero, muy entusiasmado, se largó a hablar con todo el rollo: me confesó de entrada que lo “matan” los pies desnudos de las mujeres. Le pedí detalles. Me contó, por ejemplo, que las chicas los sábados van a los boliches a la 1 o 2 de la madrugada, y que a las 6, 7, 8 o 9 (y hasta el mediodía), las vuelve a buscar y las encuentra ya “muy cansadas” (dijo otra palabra), descalzas y con los zapatos de taco en la mano. Agregó que no sólo suben al taxi así sino también con el “vestido mini mojado” (?). Detalló que a muchas chicas las pasa a buscar otra vez el domingo a eso de las 14 o 15, de domicilios que no son de sus casas particulares, y salen bañadas, pelo mojado, con el vestido de noche (mini) y descalzas, otras vez.

 

 

 

 

 

 

         Yo me quedé pensando. Presumo que ellas deben afirmar que somos “babosos”. No sé. Pero tampoco sé si sus amantes jóvenes de ambos sexos reconocen la eroticidad de esos pies. Sé de pendejos que no lo saben. Muchas modelos de fotografía de desnudo me confiesan que no sabían esa valía de los pies (???).

 

 

 

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

           En fn, te cuento esto para aumentar el número de lectores del blog, de “babosos” y voyeurs, muchos de ellos cultos y académicos, serios, claro, que nunca confiesan que me leen.  ¡A la concha de su madre!

 

P.D. Otro dato interesante: el tachero me dijo que las pibas son de 20 años promedio, y más chicas. Y agregó: “¡Hay de 30 años también, pero esas ya son viejas!” De 30 años y son viejas. Según el razonamiento anterior, que ya mencioné, debe tratarse de “babosas mujeres de 30 años”, que no han encontrado su “lugar en el mundo”. Y deben buscar o mirar de “babosas” que son.

 

 

   

Nueva aclaración:

           No lo tengo por seguro, pero creo que en “Muñequita de lujo” (1960), Audrey Herburn que es un gato free-lance en busca de su señor adinerado, camina por la calle a las 6 o 7 de un domingo de verano con su vestido negro largo de Givenchy y los zapatos de taco en la mano (1). Tal vez sea otra ensoñación mía: últimamente se me mezclan las “películas”. Ya hablé de eso alguna vez en prensa escrita. Pero debiera volver al tema.

(1) Sí se quita los zapatos en Roma, como dije más arriba, para comer un helado en «La princesa que quería vivir».

 

 

 

 

 

 

 

 

LA TARDE EN QUE PASEÉ CON AUDREY HEPBURN (CUENTO INFANTIL)

 

De Rafael Carbona

 

(Aclaro que se trata sólo de fragmentos por mí seleccionados para esta publicación. Pido disculpas al autor, quien no ha de perdonarme con razón).

  

Sábado 4 de diciembre de 2010

 

 

 

 

 

       

  «Al principio no lo advertí, pero al observar a los transeúntes que miraban el escaparte, descubrí una figura en blanco y negro. Era una mujer, con un elegante traje de chaqueta y un bolso diminuto. Llevaba zapato bajo y un sombrero (en realidad, un gorro) algo anticuado, estilo charlestón. Su cuello era esbeltísimo. Tenía algo etéreo, sobrenatural. Desprendía misterio, gracia, levedad. Me levanté estupefacto. No había un ápice de color en esa figura, pero sí una deslumbrante luminosidad, que contrastaba con la mediocridad circundante. Alargaba el cuello para contemplar mejor el escaparate y pedía excusas cada vez que desplazaba a alguien. Nadie parecía extrañarse. La mujer se dio la vuelta y empezó a caminar. Sentí que el mundo se encendía con una luz púrpura, inaudita. No podía creerlo. Era Audrey. Estaba allí, avanzando entre una multitud en color que no reparaba en su presencia.

        

 

            «-Hace un día perfecto –comentó, deteniéndose frente a una joyería-.  Hay algunas nubes, pero no creo que llueva. Nunca me han interesado las joyas, pero me recuerdan a un buen amigo. Es muy desgraciado, ¿sabes? El éxito no le ha servido para nada. La vida es así. Buscas algo y cuando lo tienes, descubres que no es importante. Lo importante es lo que has dejado atrás para conseguir lo que tanto deseabas.

         

 

         «-No te preocupes. El valor de las cosas no tiene nada que ver con su duración. Y no hagas caso al psicoanalista. Amar nunca es malo. El que ama de verdad vive dos veces. Además, siempre quedan los recuerdos.

-Todo se olvida –objeté, sin preguntarle cómo sabía que yo acudía a un psicoanalista-. Ningún recuerdo dura eternamente.

-Te equivocas. Yo no he olvidado mi infancia en Holanda. Bailaba para los chicos de la Resistencia. Fueron mi mejor público. No aplaudían por miedo a delatarse, pero yo notaba su entusiasmo. Eran encantadores. Algunos murieron fusilados, pero yo no les he olvidado. Y nunca les olvidaré.
       

         «-No te pongas triste. Yo he sufrido mucho. En París, todos me mentían y en Roma tuve que separarme del hombre que amaba.

-Ya, pero eso eran películas.

-La vida es una película –protestó Audrey.

-Mi madre dice que no distingo la realidad de la ficción, que actúo como si viviera en un sueño.

-Eso es muy bonito.

-Mi madre opina que es una desgracia.

-No te enfades, pero tu madre se equivoca.

   

 

         «-Pero tú aún estás viva.

-A veces me avergüenzo de ello.

-¿Por qué? No es nada malo.

-No lo es, pero sobrevivir a una guerra, siempre te produce la sensación de vivir una vida prestada. Recuerdo la mañana en que fusilaron cerca de mi casa a cinco miembros de la Resistencia. Alguno no tendría ni dieciocho años. Los dejaron tirados en la calle durante días para que sirviera de escarmiento. Ese mismo día fusilaron a mi tío, pero yo no me enteré hasta un tiempo después.

-Es horrible, pero tú bailaste para la Resistencia y he leído que recaudabas dinero para que siguieran combatiendo.

-Es verdad, pero mis padres simpatizaban con los nazis. Descubrirlo fue muy doloroso.

   

 

 

 

        «No hay mucha diferencia entre el éxito y el fracaso. Siempre tienes la sensación de que te falta algo o de que te has quedado a medio camino. Yo tenía la edad de Ana Frank cuando los nazis invadieron Holanda. Leer sus diarios me destruyó por dentro. Creo que aún no lo he superado, pero cada vez que me deprimo pienso en ella. Ana Frank confiesa que ha perdido la esperanza, pero al momento afirma que le apetece montar en bicicleta. Yo aún recuerdo mis paseos en scooter por Roma.

 

 

 

«-Dos en la carretera» (Un camino para dos», 1967, de Stanley Donen) me pareció muy triste.

-No podía ser de otra manera. El amor siempre hace sufrir. Yo tal vez he amado a hombres que no lo merecían.

-Me da miedo vivir –susurré.

-Tienes miedo porque deseas cosas y temes no conseguirlas, pero cuando las tengas, tendrás miedo a perderlas. El miedo siempre está ahí. La felicidad es como un pajarillo caído del nido. Se muere en seguida.

-¿Seré feliz?

-Te gusta preguntar y pensar.  Eso significa que serás escritor, pero te advierto que los escritores yo he conocido parecían bastante desdichados. Algunos bebían mucho; otros tomaban pastillas y alguno se suicidó.

-Pues entonces no escribiré ni una línea. No quiero pasar por nada semejante.

-No pienses tanto. Nosotros no escribimos el guión. Las cosas suceden sin que podamos evitarlo. ¿Te apetece caminar?

 

 

 

 

«Audrey se detuvo y observó su imagen reflejada en un pequeño estanque. Su silueta se recortaba contra un fondo de piedras.

-Esa imagen soy yo, pero me cuesta trabajo reconocerme en ella. ¡Qué extraño es todo!

Audrey se descalzó y deslizó su pie en el agua.

«-Esta sensación me recuerda mi infancia. Siempre buscaba el lado más fresco de la cama. Me encantaba sentir la lluvia en la cara, mojarme hasta quedar empapada, correr bajo las tormentas de verano. Adoraba el olor a tierra mojada, la brisa del mar, las noches con miles de estrellas, el olor a madreselva y jazmín.

 

 

         «Se me ha hecho un poco tarde. Tenemos que despedirnos. Me ha encantado conocerte. Eres un jovencito muy interesante.

-¿No volveré a verte, verdad? –pregunté consternado.

-De esta forma no, pero conservarás el recuerdo de esta tarde. No puedo ofrecerte otra cosa.

Audrey se ajustó el zapato y me acarició la mejilla.»

«-Ya no puedo esperar más –susurró Audrey, con un hilo de voz.

-Tengo miedo de olvidar, de no recordar lo que hemos hablado.

-No te preocupes. Recordarás lo importante, lo que necesites para vivir.

     Hice un gesto, pero Audrey me selló los labios con el dedo índice. Me besó en la frente, se dio la  vuelta y desapareció entre la multitud. Poco después, comenzó a lloviznar.»

 http://intothewildunion.blogspot.com/2010/12/la-tarde-que-pasee-con-audrey-hepburn.html?zx=b7630ee4e76aa6

 

 

 

 

     Cuando se filmó la primera versión de «Sabrina» (1954), del genial Billy Wilder, Audrey parece enamorarse con el tarambana y bello William Holden,
que le llevaba diez años en la vida real (Hepburn era una piba de 25), pero al final ella se queda con Hunphry Bogart, que tenía 30 años más que ella. Claro, a Bogart le bastaba abrir la cigarrera para llenar la pantalla.

Por AMILCAR MORETTI, martes 8 de noviembre 2011. Argentina.

 


La actriz Vanessa Hudgens.

Autor: Amilcar Moretti

AMILCAR MORETTI: Escritor, periodista y fotógrafo Sitio web central: ERÓTICA DE LA CULTURA www.moretticulturaeros.com.ar Desde el 2010. Buenos Aires. Mi mail: amilcarmoretti@hotmail.com Escritor de periodismo y fotógrafo de desnudo femenino en situación cotidiana.Crítico de cultura, cine, arte y sociología de lo cotidiano durante cuatro décadas en el diario EL DIA (www.eldia.com) de la Argentina. Creador en el 2010, autor y titular del sitio ERÓTICA DE LA CULTURA magacine de cultura, erótica y política. Blog complementario: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com AMILCAR MORETTI Writer, journalist and photographer Central website: EROTICA OF CULTURE www.moretticulturaeros.com.ar Since 2010. Buenos Aires. Mail: amilcarmoretti@hotmail.com Journalism writer. Female nude photographer in an everyday situation. Critic of culture, cinema, art and sociology of the everyday for four decades in the newspaper EL DIA (www.eldia.com) of Argentina. Creator in 2010, author and owner of the site ERÓTICA DE LA CULTURA magazine of culture, erotic and politics. Complementary blog: htpps://amilcarmoretti.wordpress.com

Un pensamiento

  1. Gracias amigo. El post es muy lindo.
    W. Holden sería un tarambana pero ligaba tupido: recordar el picnic con Kim Novak…
    Y cierro con algo breve y quizá, extravagante: me gustan más las «chatitas» que los tacos altos. ¿Viste los que usa Cristina? De negro y con esos tacos… Los fiscales de la moral de la República y otros dignatarios y eminencias reverendísimas se deben retorcer de espanto. ¡Es la Viuda Negra!

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