En esa instancia ya no hay nada que hacer porque el pobre secuestrado ni se da cuenta mientras sorbe esos mates que le sirve la argentina, maciza y melenuda, suave y carnosa.

Además, está la fragancia de las Hechiceras del Amanecer, que es como el de las Rosas de Noche que perfuman cuando empieza la oscuridad, aunque estas Hechiceras al revés, o siempre perfuman, porque en la mañana tienen un perfume que te acrecienta el síndrome de Estocolmo y después o antes, a la noche, al acostarse uno con ellas, tienen también perfume que no sé ya si es el mismo o es otro. A eso hay que agregarle los jugos: sucede que las Hechiceras del Amanecer son jugosas, tienen jugo en el que uno puede llegar hasta sumergirse, no digo ya enjuagarse, sino sumergirse y nadar. Y hacer la plancha. Cuando uno navega en esa serenidad entonces no hay nada que hacer porque es como tomarse algo debajo de una palmera en una playa de aguas celestes y verdes de Brasil y entonces sí, despedíte, porque no te vas más. Las Hechiceras del Amanecer son eso, unas minas bárbaras que cuando se sueltan el cabello te dejan ciego y uno no quiere ver nada nunca más. Abandona todo y se queda tomando mate. Eso.

Sábado 23 de abril 2011. Buenos Aires.
Un pensamiento