
Texto y fotos por
AMILCAR MORETTI

No es fácil para un argentino describir la presencia de Rosa Elena Escobar Agosto, una morocha de ascendencia afro e hispana, vivaz, delgada, cimbreante y exhuberante en sus expresivas manos. Es una artista, actriz y animal de teatro y danza contemporánea, que maneja su ondosa columna asentada en fuertes aunque gráciles muslos. Su rostro se impone por su ojos profundos y su naricita, y sobre todo por sus labios, carnosos. Pero es su voz, que discurre y discurre sobre música, películas, teatro, libros, escenarios, danza, cine y política, la que combina y da sentido a todo. La política de su país -ella se define de entrada como anarquista- es para Rosa Escobar, mujer menuda pero segura, una pasión que se le nota porque la aborda en toda oportunidad, con críticas, reclamos, complejo bello de nuevo acompañado con la versatilidad de esas manos de dedos largos que parecen los de una bailarina de flamento. Y no es extraño ese flamenquismo de sus manos que parecieran tener articulaciones en ondas sincronizadas. Sus manos son como su voz.
Rosa está en Buenos Aires desde hace un tiempo y piensa tomar la ciudad como residencia de tiempo sin límites y sin certidumbres a rajatabla. Rosa es viajera, desde San Juan, su ciudad en el Caribe, la del regaetón, hasta Brooklyn en Nueva York y también España. El suyo es un ánimo de busca gitanera, osada, seria, audaz pero severa en sus planteos creativos teatrales, musicales y de danza. Rosa, una morena fascinante que como modelo vivo al desnudar su cuerpo juega con sus formas y apodera del entorno, es ante todo una disciplinada, rígida en los límites y libertaria en las iniciativas. Acaso como defensa, maneja ella la libertad amplia que se permite. Está atenta y eso, extraño, no le hace perder espontaneidad. Cuanta más seguridad logra en el suelo que pisa, se suelta en crecimiento y se adueña de interlocutores y espacio. No es fácil ese dominio desnuda y con testigo de cámara no conocido por ella.
Mientras posa crea y juega. Canta, murmura poemas y entona canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y otros. No para, parece incansable, genera situaciones, se mueve y ondula en el escenario y la luz que se le presentan, casi sin requerir explicaciones. Se interna en su territorio, el adjudicado por mí en este caso, y a partir de allí lo perfecciona, lo modifica, lo transforma, lo embellece. Canta, habla, explica, se apasiona sobre música, poesía y… política. Ama su país, Puerto Rico -paradoja del imperio norteamericano, que lo ocupó militarmente en 1898, según su costumbre extendida y siempre actual-. Puerto Rico dejó de ser la tierra que pisó Colon y pasó a ser un paradójico Estadio Libre Asociado, algo así como una provincia con gobernador que depende pero no pertenece del todo a Estados Unidos, y cuyos representantes en el Congreso no tienen voto.
Buena parte de los portorriqueños quieren ser «norteamericanos», caribeños que desean pertenecer a USA, en gran medida encandilados por el consumo de shopping que los apacigua mediante contribuciones de USA, que no sabe nunca qué hacer con esa población 85 por ciento de ascendencia española y 15 por ciento afro. Rosa, en cambio, se proclama caribeña y de Puerto Rico, mientras conoce el mundo. Dice que los porteños no tienen idea de lo que es cuidar el medio ambiente y que no encuentra lugares en la gran ciudad por los que salir a correr sin asfixiarse y respirar aire puro para mantener el estado físico y un mínimo contacto con la naturaleza que allá, en Puerto Rico, isla de 4 millones de habitantes y 9 mil kilómetros cuadrados, es muy cercana.
Que una modelo desnuda se mueva con creatividad, disposición y docilidad creativa mientras mueve manos y brazos, se arquea y ondula su espalda, canta y recita con una frescura, vida y gracejo, no es un encuentro de todos los días. Es como un regalo. Más conozco a esta rica gente y más malesta me produce el villorio bruto y retardatario a 60 kilómetros de Buenos Aires, la ciudad en que dios, que está en todos lados, ha elegido para atender a sus clientes de por aquí, según el dicho.
Nos prometemos con Rosa volver a trabajar juntos. Además, ella toma mate y es gustosa de la costumbre rioplatense. Yo en broma y en serio le digo que me gusta mucho el mate pero que soy malo como gaucho que lo prepara, eso según chimentan los otros paisanos, que siempre hablan y comentan, de envidia nomás.




Miércoles 13 de abril 2011. Argentina (a 60 kms. de Buenos Aires).