La muestra del fotógrafo norteamericano cierra el 2 de agosto

Muchos visitantes tuvo el post de días pasados (1) sobre la noticia de “El País” de España sobre la no aceptación por Facebook de una discreta foto de Robert Mapplethorpe para promocionar el último álbum de un grupo roquero. No observé información sobre el criterio para el rechazo. Insistir hoy sobre lo impecable de la producción de Mapplethorpe, muerto en 1989 y compañero de generación de Warhol o Patty Smith, entre otros intocables del arte de la segunda parte del siglo pasado es, sin dudas, bobo, ocioso. Además, la propuesta a Facebook la hizo Universal Musical Group, una de las cuatro multinacionales discográficas que controlan el mercado planetario, subsidiaria del conglomerado francés Vivendi con intereses en cine y televisión. No parece que la Universal sea una empresa deseosa de cuestionar el orden sacrosanto con supuestas propuestas obscenas.

La imagen objetada muestra el trasero de un bailarín clásico, con slip y su pantalón de ensayos durante un descanso. La tela está adherida a la carne por la transpiración. Más allá de su glamour –atemperado- para algunas miradas, se trata de una de las más tímidas figuras de Mapplethorpe. Puede comprobarse hasta el 2 de agosto en la primera retrospectiva sobre el artista en Buenos Aires en el privado MALBA (Museo de Arte Latinoamericano)-Fundación Costantini. También si se lee la reciente traducción de editorial Mondadori del libro que la celebrada poeta y cantautora Patty Smith, amante, amiga y modelo del fotógrafo, “Eramos unos niños”, escribió sobre su vida personal y época juntos.
En fin, llama la atención –o no tanto- que el tema “culo” haya suscitado curiosidad. No parece que los visitantes de mis sitios web, mujeres o varones, se sintieran en especial convocados por la cuestión de la censura, más frecuente de lo que se reconoce, aunque sí, quizás, un poco más por la siempre sugestiva obra del neoyorquino. Casi en simultáneo con mi post, intenté algunas observaciones sobre la peculiar y cultivada fijación que en esta parte del mundo se promueve y autoestimula en torno a la cultura del culo (2), no sólo femenino, en primer lugar, sino también masculino en segundo término, y no sólo desde la perspectiva homoerótica de hombres sino desde las mujeres mismas, algo que confirman al menos cuando explicitan de modo reiterado que evalúan el atractivo físico varonil también desde lo prieto y erecto de sus glúteos.
Para una mirada y deseo erótico entusiastas un buen cuerpo siempre es motivo de atención, aunque no siempre de realización de deseos. Pero el

culo aparece como una fragmentada y nítida cultura sexual en la Argentina que no es evidente en otras partes del mundo, aún más liberadas en lo sexual. Tal cultura supone, arriesgo, una alta cuota de represión sexual y de histeria en ambos sexos. Se presiente desde el lugar femenino un temor, quizás ancestral, al pene. Tal vez por eso en parte la mirada queda obligada a lo que mujeres y hombres tienen en común: el culo.
Desde la mujer, esa aprehensión surge por sabedora de que el culo masculino no puede “hacerle nada”, es inofensivo para ella, esto es, no puede penetrarla, y que en la competencia con su propio culo, por varias y remotas razones el suyo sale victorioso. En cuanto al culo femenino, digo las nalgas o glúteos como centro de atención del modelo de atracción sexual actuante, cumple tal rol hegemónico por obsesión, cirugía y gimnasia para la turgencia, que el traste de muchas mujeres –puede observarse en las pasarelas de moda- tiende a parecerse al enjuto y duro de los varones que ellas (y gays) definen como deseable. La sobreexposición, el exhibicionismo de nalgas en playas, calles y tapas de revistas convierte al culo femenino redondo como dos melones grandes en núcleo de focalización de lo erótico, sexual y genital con bastante de homosexual.
Creo que en esta sociedad patriarcal-machista el pene ha perdido terreno ante el culo, femenino o masculino, homosexual o ¿heterosexual? En la mujer creo que aparece un silenciado miedo a la penetración por delante, mientras queda impuesta la tendencia al sexo oral, la felación subordinada o adoratriz cuando no especulativa u obligada por mandato implícito. Habría que ver cuánto de placer femenino guarda aún esta práctica tan válida como cualquier otra. Extrañamente, lo que se supone privado ha adquirido característica colectiva y semipública en boliches para mujeres con musculosos strippers, según puede verse en varios sitios (ej. blog Partyhardcore.com).


En esos lugares, con motivo de alguna celebración o el show de varones desnudos, se reúnen mujeres jóvenes que, ante la no enjuiciadora mirada de todas ellas, muchas –pero muchas- se deciden a la felación. Tal vez sea el ánimo de tribu femenina o bien que el deseo oculto que no se anima a la realización a fondo en privado, elige cumplirse ante espectadoras y participantes del mismo sexo –todas implicadas en igual “secreto”- como una forma tal vez de rehuir el compromiso emocional que el sexo casi siempre trae consigo, o bien la negativa culpógena al ejercicio del sexo recreativo. En el medio, el dinero. Las consumidoras pagan por la fellatio.
Con analidad y felación acaso haya que pensar también en un modo espontáneo y colectivizado de anticoncepción. Cierto extendido remanente del rechazo “estético” (que no moral como insiste fatal la iglesia católica) frente al preservativo, es probable que incida en la “moda” privilegiativa de la mamada, el pete criollo. En los tipos, si son homo, tanto de un lado como del otro en el encuentro de los cuerpos, en la relación pene-ano (y no todos los gays practican necesariamente este coito), creo en cambio que pesa más el pene como simbología y deseo que el culo como acto concreto de entrega al antiguo dios. Parece que en el mundo homo prevalece la deidad Pene.

En los hétero, el culo ajeno y propio parecen haber ganado terreno a costa aún del propio pene, aunque se vocifere lo contrario. Esto lo repiten mucho casi todas las prostitutas travestis: la mayoría de sus clientes, dicen, se hacen penetrar. O bien ellas les practican sexo oral, con lo cual sigue sin haber penetración. En los hétero sin prácticas homosexuales el culo femenino es el gran atractivo primario similar al de la felación ejercida por la otra parte: en ambos casos hay un ejercicio notorio de subordinación y cierta violencia por parte del varón, aunque resulte placentera para ambas partes. Poner el culo es un acto de sujeción al poder del otro.

Es como que la vagina guardara todavía una reserva especial: cabría observar si no actúa aquí la preservación, en lo posible, de ese terreno en función de la procreación y reproducción. Actúa asimismo la última conciencia de que el clítoris también es centro de placer sexual, a veces considerado el punto crucial. Hay que agregar al respecto que muchas mujeres no conocen sus propios genitales ni se han sensibilizado a ellos mediante la masturbación. En paralelo, muchos más hombres que lo que se cree no saben con precisión donde se encuentra el clítoris y, mucho menos, como tratarlo. La combinación de los dos desconocimientos ha de resultar sin dudas empobrecedora y hasta propulsora del desplazamiento hacia algunas de las prácticas antes mencionadas.
Por último, pienso que en cierta reticencia vaginal está presente una negada histeria que, por presión de las costumbres amorosas, puede admitir el acto sexual (¿liberado?) pero no siempre la entrega absoluta al placer recreativo, sabio y sistemático, tan gozoso como exigente de refinamientos y aprendizajes, de la vieja unión donde el hombre encuentra refugio y la mujer se sabe acogedora de todo lo que en el hombre es esquivo. Una cosa es coger y otra disfrutar bien del coger. Una cosa es abrirse de piernas o “meterla”, y otra muy diferente el placer que completa a ambas partes, por lo demás siempre incompletas.
AMILCAR MORETTI, domingo 25 de julio 2010

1) https://amilcarmoretti.wordpress.com/category/cultura/page/2/
2) http://www.moretticulturaeros.com.ar/pornografo/el-culo-y-el-rostro.html
Lea “Lo efímero del culo y la dramática del rostro”.
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